Hay un cuento que ha viajado a través de los siglos: “El traje nuevo del emperador”, de Hans Christian Andersen. En él, un emperador es engañado por un astuto tejedor que le hace creer que viste un traje invisible, que en realidad no existe.
Sus cortesanos, por miedo, siguen la farsa, y el emperador desfila orgulloso, desnudo ante su pueblo, hasta que un niño, libre de temor le grita lo obvio: el emperador está desnudo.
El célebre cuento de Andersen trascendió en los siglos porque capta una realidad universal: la tendencia humana a fingir que todo está bien, incluso cuando la verdad está desnuda ante nosotros.
Hoy, esa fábula parece resonar en el sistema de salud mexicano. Es cierto que se han logrado avances en beneficio de los más desprotegidos. La creación del IMSS-Bienestar, que sustituyó al Instituto de Salud para el Bienestar, ha sido un paso en la dirección correcta.
También se han reconstruido unidades médicas abandonadas por años, se ha incrementado el gasto en salud pública del 5.7 por ciento al 6.1 por ciento del Producto Interno Bruto, se ha basificado a un número importante de personal de salud y, sobre todo, ahora la salud no se ve como un privilegio ni una mercancía, sino como un derecho humano que debe ser tutelado por el Estado mexicano.
Problemas estructurales en el sector salud
Sin embargo, millones de mexicanos siguen esperando una mejora en la calidad de la atención que nunca llega, enfrentándose a un sistema con problemas estructurales de fondo heredados por décadas, pero que parecen invisibles para algunos.
Hace unos días, en la conferencia matutina del 17 de septiembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador reconoció algo crucial en uno de sus discursos: “No somos dioses, solo el Creador es perfecto. Todos cometemos errores, lo importante es rectificar, no caer en la autocomplacencia”.
La autocomplacencia ha sido un mal endémico en muchos sectores, y el sistema de salud no es la excepción.
Este reconocimiento, aunque llegue a pocos días de terminar este gobierno, es importante, porque en un país en el que la polarización está exacerbada, aceptar que hay errores por corregir es un paso necesario para avanzar en el segundo piso de la Cuarta Transformación de la doctora Claudia Sheinbaum.
De acuerdo con datos publicados en la revista del Instituto Nacional de Salud Pública, uno de los problemas más críticos en este sexenio ha sido el desabasto de medicamentos.
Entre 2019 y 2020, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) dejaron de proveer el 8 por ciento y 5.4 por ciento de las recetas, respectivamente. En algunos estados, como Oaxaca, el desabasto alcanzó el 40 por ciento.
En cuanto a la cobertura de vacunación, en 2015 el 53.9 por ciento de los niños contaba con el esquema completo de vacunación. Para 2022, ese porcentaje se desplomó al 26.6 por ciento.
Quejas ante derechos humanos
Las constantes quejas ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos por violaciones al derecho humano a la salud -22 mil en este sexenio- persisten, siendo el IMSS la institución con más quejas.
Como en el cuento de Andersen, mientras algunos funcionarios públicos continúan alabando la numeralia del sistema de salud, quienes sufren las consecuencias son los pacientes y sus familias.
A menudo se nos presentan cifras de avances en infraestructura o en la federalización de los servicios, como si esas cifras fueran lo único necesario para solucionar un problema tan complejo.
Para quienes no pueden acceder a un hospital o quienes ven cómo se retrasan sus tratamientos, esas cifras son tan ilusorias como el traje del emperador.
La autocomplacencia es precisamente lo que llevó al emperador de Andersen a desfilar desnudo ante su pueblo, convencido de que llevaba un traje magnífico.
En México, el peligro es que sigamos creyendo en un sistema de salud que, aunque ha mostrado avances en algunas áreas, sigue sin cubrir las necesidades de millones de personas.
Voces de los derechohabientes
Es urgente que se escuchen las voces de los pacientes que esperan meses para recibir un tratamiento, del personal de salud que lucha contra la falta de insumos y de los ciudadanos que tienen que pagar altos costos de una atención privada.
Esas voces son el equivalente al grito del niño que expone la verdad, la única manera de romper con la autocomplacencia que tanto daño hace.
El emperador solo pudo avanzar cuando la verdad fue expuesta. No dejemos que el sistema de salud siga desfilando desnudo ante nosotros.
Admitir que hay fallas no es un signo de debilidad; es el primer paso hacia la fortaleza.
Cuando el gobierno, las instituciones y la sociedad en su conjunto acepten la verdad sobre la situación de nuestro sistema de salud, podremos empezar a vestirlo con un traje real, uno que garantice atención digna, de calidad e igualitaria.