El rap nacional, más vivo que nunca

Hoy el rap se etiqueta como "música urbana" y ha devenido en una oferta rica, para satisfacer casi cualquier gusto juvenil.
Xardiel Padilla Xardiel Padilla Publicado el
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El pasado 19 de diciembre quedará marcado como una fecha fatídica para el rap nacional, pues ese día murió Neto Reyno, un destacado exponente del arte de rimar con flow, nativo de Monterrey.

El acontecimiento luctuoso me hizo reflexionar sobre el recorrido histórico del género en nuestro país, desde su aparición hace más de 40 años como una especie de ocurrencia a cargo de un antiguo comediante rocanrolero, hasta hoy cuando la popularidad de los raperos aztecas se ha esparcido entre la audiencia juvenil como si se tratara de una pandemia.

El “virus” del rap, como bien se sabe, se originó en los barrios de Nueva York en conjunto con los otros elementos que conforman el hip hop: el graffiti, el break dance y la manipulación de los tornamesas, función que realiza el llamado DJ (disc jockey).

Estas cuatro expresiones surgieron de manera espontánea y casi simultáneamente en los años 70 en las comunidades marginadas de aquella metrópoli, donde vivían en su mayoría afroamericanos pero también muchos inmigrantes latinoamericanos, en especial caribeños.

El graffiti se inscribe como una variante subversiva de las artes plásticas, guarda su propia mística, con rasgos muy particulares entre los que podemos mencionar la clandestinidad. Los otros tres elementos se vinculan de manera muy clara con la música y son interdependientes entre sí, pues mientras el DJ aporta la base musical, el rapero “canta” sobre ella y los bailarines de break dance ejecutan sus pasos acrobáticos.

Imposible que los artistas callejeros que generaron aquel movimiento contracultural en los barrios pobres de Nueva York previeran el desarrollo que el hip hop alcanzaría unos cuantos años más tarde al diseminarse por el resto de Estados Unidos y el mundo entero, adquiriendo una plusvalía de locura. El rap en particular se ha convertido en un negocio de millones de dólares.

En cierta medida el camino del rap se parece al del rock, cuyo origen data de las expresiones artísticas que nacieron con la discriminación racial y la pobreza de la población negra de Estados Unidos. En algún punto de la historia aquello emergió –vía los medios de comunicación– con el nombre de rock & roll y se expandió por el planeta, impactó en la cultura, se convirtió en industria y produjo –y sigue produciendo– millones de dólares, euros, libras o pesos, según de qué país estemos hablando.

El origen del rap en México se ubica en los años 80 y suele anotarse a los grupos Sindicato del Terror y El Cuarto del Tren como los primeros o de los primeros que cultivaron el género llegado de Estados Unidos, donde ya se había convertido en una corriente de alto valor monetario.

Como los pioneros neoyorquinos, los primeros raperos mexicanos básicamente abordaban temáticas callejeras o contestarias en sus canciones, carentes de cualquier posibilidad de difusión en la radio o la televisión de entonces. En ese sentido, el primer grupo mexicano de rap que triunfó en el plano comercial fue Caló con su canción de tinte pop “El capitán”, que para millones de mexicanos de 1990 representó un primer acercamiento al rap.

Sin embargo, casi 10 años antes un rocanrolero de la vieja escuela, calvo pero con peluca, conocido (más que por su música) por su trabajo como comediante del estilo que hoy llamaríamos stand up, había grabado la primera canción de rap en México.

Memo Ríos lanzó en 1981 una versión libre, de su autoría y en español, del primer hit de rap en Estados Unidos, “Rapper’s delight”, original del grupo The Sugar Hill Gang.

La versión de Memo Ríos, de corte humorístico y nada callejera, se llamó “El cotorreo” y recibió bastante difusión en los medios.

Su caso me remite a un dato histórico de excentricidad equiparable: el primer rocanrol que se grabó en México fue obra de Eulalio González “El Piporro”, que en “Los ojos de Pancha” insertó un pasaje rocanrolero de muy buena manufactura, aunque más bien era una caricatura del ritmo en boga durante la segunda mitad de los años 50.

Por supuesto no se considera a Caló, y menos a Memo Ríos, fundamento del rap en nuestro país. Ambos quedan más como anécdotas, aunque no se les debe regatear el mérito de la oportunidad y la visión, o el instinto, acerca del rap y su futuro.

En la primera parte de los años 90, el rap estadounidense se sintió fuerte en las estaciones de radio y en la televisión de México, pero el rap nacional continuó en el subterráneo, abriéndose paso con nombres como Sociedad Café, Dancin’ & Jumpin’ y muchos otros que atraían al público adolescente pero no tenían acceso a los medios masivos. Lo curioso fue que el break dance sí se convirtió en moda durante un rato, de la mano de programas televisivos, películas y videoclips.

La influencia del rap de España también nos alcanzó, pues allá se posicionó como una música de impacto masivo antes que en nuestro país, con una pléyade de rapstars tirando rimas en castellano y con grabaciones profesionales, giras, etcétera. Por su lado, el rap chicano con gente como Delinquent Habits y South Park Mexican era otro acicate, en tanto de Argentina nos llegó Illya Kuryaki & The Valderramas ya a mediados de la década noventera.

Por la lógica que siguen las pandemias, se presentía que la mesa estaba servida para que estallara también la moda del rap mexicano. Finalmente así ocurrió a fines de 1996 con “Comprendes Mendes”, la primera canción del trío regiomontano Control Machete, que parecía el punto de partida para la consagración del rap nacional.

Sin embargo, fuera de Control Machete no surgió otro artista que pudiera reivindicar y fortalecer la escena del rap que subsistía sobre todo en los barrios, las calles y los ambientes poco glamurosos. Todos continuaron en el underground… Lo que sí sucedió fue que el rap, como recurso musical, protagonizó canciones de bandas rockeras que lograron altas dosis de popularidad en la segunda mitad de la década, como Molotov, Plastilina Mosh, El Gran Silencio, La Flor del Lingo y Resorte.

Fue hasta los primeros años del nuevo milenio cuando apareció otro exponente del rap mexicano con proyección masiva: Cártel de Santa, también de Monterrey, o de Santa Catarina para mayor precisión. A diferencia de Control Machete, formado por estudiantes de una de las universidades privadas más caras del país, el Cártel proviene del inframundo urbano donde el rap se incubaba entre la violencia, las drogas, la hacinación y el estigma social.

No que haya sido o sea obligatorio para los raperos desenvolverse en ese ambiente, pero está claro que el rap facilita la expresión artística de los adolescentes y jóvenes que padecen carencias materiales y sociales, dado que era y sigue siendo muy difícil, a veces prácticamente imposible, adquirir educación musical formal y el equipamiento requerido para tocar en una banda de rock o de lo que sea. Para rapear, en cambio, solo se requiere ingenio e instinto rítmico y melódico.

El caso es que mientras el Cártel de Santa se encumbraba, llevando el rap de la calle a la radio y televisión, miles de raperos mexicanos seguían expandiendo su universo subterráneo con toda clase de producciones, desde las violentas, misóginas y con apologías delincuenciales, hasta las románticas, reflexivas y con toques literarios. Sus autores venían tanto de cunas proletarias como de aposentos de oro, plata y bronce pues entre los jóvenes la necesidad de manifestarse no distingue clase social.

También fue en la primera década de los 2000 cuando las batallas de “freestyle” comenzaron a ganar popularidad en el país, lo cual reforzó el interés por el rap y le dio mayor difusión entre nuevos públicos. Red Bull, marca de bebidas energizantes sin conexión directa con el hip hop, se convertiría años después en el mayor impulsor del formato con su Batalla de Gallos anual que culmina con un torneo de finalistas internacionales.

La postergada explosión del rap nacional ocurrió, por fin, en la segunda década del milenio. Una camada fresca, ajena a las dificultades de antaño, hija del internet y casi siempre ignorante de la cultura de resistencia implícita en el hip hop, llegó con propuestas que tuvieron eco no en el público tradicional del rap, sino en nuevos oyentes que además en muchas ocasiones eran femeniles, detalle de capital importancia.

Raperos muy jóvenes, como MC Davo, C-Kan y MC Aese se volvieron imanes de taquilla y con un enorme potencial de crecimiento que además ya no dependía de los medios convencionales. Si bien los más populares no gozaban del visto bueno de los veteranos y aquello podría haber transcurrido como una moda para adolescentes-casi-niños, resultó ser el inicio de la ampliación definitiva del mercado del rap en México.

Muy pronto, otros raperos también jóvenes y algunos “maduros” despuntaron en su camino a la fama que brindan las redes sociales, la nueva plaza pública donde se dirimen las jerarquías según el número de seguidores y el tráfico de videos y canciones, aunque por supuesto el veredicto final lo marca la asistencia del público a los shows en vivo.

Además de los ya mencionados, Alemán, Gera MX, La Banda Bastón, Tino el Pingüino, Charles Ans, Lng-Sht, Santa Fe Klan y muchos otros, entre ellos Neto Reyno, así como la presencia emblemática de veteranos como Cártel de Santa, Pato Machete (ex de Control Machete) y Dharius (ex del Cártel de Santa), generaron una escena nacional muy fuerte cuya relevancia además ahora se puede medir en pesos y centavos.

Con el paso de los años y el advenimiento del trap (una variante o ramificación del rap), así como los avances tecnológicos para grabar y la influencia del reguetón, el rock, la música electrónica, la música “kolombia” y la música regional, hoy el rap se etiqueta como “música urbana” y ha devenido en una oferta rica, para satisfacer casi cualquier gusto juvenil.

Todo lo anterior sin menoscabo de la poderosa escena subterránea, que sigue en ebullición en los rincones de cualquier ciudad, y con el desarrollo en paralelo del “freestyle” que ha encontrado en Aczino y Serko Fu sus incansables motores.

Este recuento superficial del rap en México sólo busca servir como introducción para entender de manera rápida el fenómeno de una de las músicas más populares en nuestro país. Es además un reconocimiento póstumo a Neto Reyno; personajes como él han aportado su talento y bastante sudor y lágrimas para que la escena del rap en México sea lo que es hoy; descanse en paz, su rap está más vivo que nunca.

Correo: xardiel@larocka.mx

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