Es momento de hablar de las fake news. Sí, esas de las que se queja Trump, y con lascuales justifica sus mentiras. Sí, de esos videos virales que enseñan desastres de tiempos y lugares equivocados. Sí, de esas odiosas cadenas circulando por WhatsApp sobre los problemas con la inseguridad, el narcotráfico o con amenazas sin sentido. ¿O acaso no les suena “si no compartes esto tendrás mala suerte”, “no dejes pasar esta nota por el bien de tu familia”, o peor aún, “comparte esta petición con todos tus contactos para que se unan a la marcha…”?
No queremos esparcir el veneno de la desinformación.
Les voy a explicar por qué es así y por qué las noticias falsas son un verdadero peligro para la sociedad.
El Internet, como hemos visto varias veces en esta columna, es un fenómeno masivo. Es innegable el impacto de la red en esta época. Somos un colectivo en espera de cruzarse a una dimensión desconocida en donde seamos gobernados por los clicks. Estamos en el proceso de un cambio.
Confiamos en el Internet para verificar datos, transmitir nuestras series favoritas, comprar todo tipo de productos y hasta para guardar ene cantidad de datos personales. Por ende, también le tenemos fe a los artículos que nos aparecen en Google, las notas compartidas por nuestros amigos en Facebook o a la opinión de un sitio en Twitter.
Sin embargo, algo está mal con este sistema.
Nos olvidamos de las fuentes.
No, no hablo de esas que están decorando los parques. Me refiero a la verificación de datos, a el saber quién es el autor de un escrito, un video o incluso un gif o meme. Y por supuesto a las cadenas de WhatsApp.
Porque sí. Hasta esas deberían de ir citadas.
Qué es, exactamente, una “fuente”? Es ponerle nombre y cara a una frase, oración o ensayo completo. Sin un quién, ¿cómo vamos a comprender un qué?
La primera señal para desconfiar de un artículo es la falta de un autor, porque no se atreve a poner su nombre en tela de juicio, solo busca crear caos
También, una cosa es una fuente cualquiera y otra distinta es una fuente confiable.
Por ejemplo, vale más la pena el testimonio de una persona que fue secuestrada al de otra cuyo contacto con tal mundo sólo ha sido por televisión. Aunque claro, depende qué ángulo se desarrolle durante la investigación. De todas formas, es indispensable tener, de ser posible, el testigo más cercano al hecho o a la investigación del tema.
He ahí de donde sale un gran problema.
O nos dejamos llevar por un texto sin fuente sólo por lo jugosa de la nota en sí, porque nos gana la emoción, positiva o negativa, de ella, o, al ver la fuente sin corroborar su veracidad publicamos el texto.
Click. Compartir. Like. Corazón. Retweet. Llamémoslo como sea. Mas eso solamente es esparcir el daño.
¡Verifiquemos nuestras fuentes! Si tres o más medios oficiales anuncian algo, tiene más validez a si solo uno lo dice.
Es como si nos llega un chisme sobre alguien. Sólo confiamos en él porque viene de nuestros amigos, pero no nos detenemos a pensar en quién fue el autor de la anécdota ni bajo qué circunstancias lo está diciendo, o quién más puede confirmar el hecho.
Entonces, a partir de esa situación, encontramos la respuesta clave. No sólo se trata de las fuentes y las citas. La misma nota lo enuncia.
Leamos la nota antes de compartir, esparcirla.
Todos hemos sido víctimas del encabezado. Nuestro ritmo de vida no nos permite detenernos a leer cualquier cosa que aparezca en la agenda pública. Por tanto, buscamos un resumen de los hechos, una simple oración capaz desantia generar una respuesta hacia ellos.
Sin embargo, es sólo una introducción. Es un gancho para indagar en la nota, no para esparcirla o resumirla. Leer es la clave.
No sólo basta con responder un qué, sino un cómo, quién, dónde, a quién y por qué. ¿Será que no estamos interesados en saber más?
El veneno de las fake news tiene un antídoto difícil de captar, pero está irónicamente frente a nuestras narices.
Simplemente se trata de poner atención.