El 25 de diciembre era una gran fiesta en el mundo del Imperio Romano. La noche del 24 al 25 de diciembre marca el solsticio de invierno, la noche más larga del año.
El culto de Mitra, dios solar de los persas, se remonta a los siglos VI y VII a. C., y toma gran impulso en la Roma del siglo II d. C.
En ese tiempo el cristianismo se enfrentó al mitraísmo, pues ambas propuestas religiosas compartían algunos elementos como la idea de la redención y la salvación de las almas después de la muerte.
Los mitraístas festejaban el renacimiento de Mitra todos los años, el 25 de diciembre, justo en medio del periodo del solsticio de invierno, después de las saturnales romanas.
El 25 de diciembre era en Roma la fiesta del Sol Invicto y ese día los fieles se dirigían a un santuario donde sacaban una divinidad del sol, representada por un niño recién nacido.
Esta fecha, el día del Sol Invicto, coincidía también con la tradición de diversos pueblos de la Europa precristiana de celebrar el solsticio de invierno.
Ahora hay un acuerdo entre los especialistas que es prácticamente unánime, la existencia de esta fiesta pagana es lo que lleva a la Iglesia a fijar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre.
Arthur Weigall, por ejemplo, dice que “esta nueva fecha fue elegida enteramente bajo influencia pagana. Desde siempre había sido el aniversario del sol que se celebraba en muchos países con gran alborozo”.
Y añade que “tal elección parece haberse impuesto a los cristianos por hallarse estos en la imposibilidad, ya fuera de suprimir una costumbre tan antigua, ya fuera de impedir al pueblo de identificar el nacimiento de Jesús con el del sol”.
En el siglo IV, san Efrén, en su Himno a la Epifanía, desarrolla una explicación solsticial del misterio cristiano, y dice: “el sol triunfa para demostrar que el hijo único de Dios celebra su triunfo”.
Es a partir del año 440 cuando la Iglesia de manera oficial inicia la celebración el 25 de diciembre. Así se consuma el sincretismo.
En tiempos del emperador de occidente Honorio, entre los años 395 y 423, la natividad del señor, el 25 de diciembre, se convierte en fiesta religiosa en igualdad con la Pascua y la Epifanía.
San Agustín, en sus Sermones, pedía a sus contemporáneos que no celebraran el 25 de diciembre como día únicamente consagrado al sol, sino también en honor a Jesús.
Para culminar la cristianización del solsticio de invierno, la Iglesia establece el periodo de Adviento durante las cuatro semanas previas a la Navidad.
En Occidente, el tiempo de ayuno pronto se redujo y su carácter obligatorio perdió fuerza, pero no en las iglesias de Oriente, donde se sigue practicando.
En la Iglesia Católica Romana, la celebración del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre ya tiene por lo menos 1660 años. El día es lo de menos, lo importante es que el “Verbo se hizo carne, puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su gloria”.