El nuevo pacto

El Pacto por México, se agotó por cansancio, por agenda sustantiva negociada y por desgaste de sus participantes. En efecto, los temas que realmente importaban a sus promotores llegaron a la votación de un Congreso que ahora sí claramente solo levanta el dedo. Pero lamentablemente temas capitales que sirvieron para vestir el documento, encubriendo su cariz vengativo, se quedaron en el tintero para el final, cuando el aliento es insuficiente.

Gabriel Reyes Orona Gabriel Reyes Orona Publicado el
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El Pacto por México, se agotó por cansancio, por agenda sustantiva negociada y por desgaste de sus participantes. En efecto, los temas que realmente importaban a sus promotores llegaron a la votación de un Congreso que ahora sí claramente solo levanta el dedo. Pero lamentablemente temas capitales que sirvieron para vestir el documento, encubriendo su cariz vengativo, se quedaron en el tintero para el final, cuando el aliento es insuficiente.

La partidocracia se cobró las afrentas e hizo ver a los “poderes fácticos” su suerte, mediante modificaciones que no solo no eran temas constitucionales, sino que ni siquiera demandaban reformas legales, asuntos que desde la administración hubieran podido ser  implementados, se vistieron de logro pactista, dejando claro lo que los “poderes políticos” pueden hacer.

Más allá del supuesto peso que tiene la purga burocrática, confundida con reforma educativa o del reacomodo de concesiones que hace décadas pudo hacerse con la voluntad del que manda, sin mover una letra en la ley, hay que hablar de temas relevantes, de prioridades, y ellas, están ausentes, empezando por el combate a la corrupción y a la impunidad.

En síntesis, solo la reforma del sector energía, que no energética, es la que brinda un panorama de los recursos no tributarios del porvenir, y por otro lado, la reforma tributaria, que no hacendaria, da idea de cómo debe recaudarse lo que no se consiga como producto del petróleo. Esas -más que estructurales- son necesidades de subsistencia del Estado, que nada tienen que ver con los pilares del sector público, por lo que el choteado mote ni siquiera les queda.

Los temas sociales incluidos en el Pacto, ni siquiera han asomado, por lo que las reivindicaciones de la ciudadanía no fueron materia de las reuniones de los impulsores del Pacto. Nada de transparencia, nada de rendición de cuentas, nada de fiscalización, nada que incomode la frágil relación entre los poderes que integran la partidocracia, la cual perdió el recato y dejó claro que antes de cualquier reforma es la reforma “política” el fin último del Pacto.

Claro, entendiendo por “política” aquella que asegura que el tripolio del poder conservará salud y que el financiamiento de Estado permitirá mantener sus costosas estructuras. En efecto, aunque al ciudadano común el tema le resulta como en penúltimo lugar, el santo grial de los asuntos son la reelección de legisladores, la segunda vuelta y el gobierno de coalición. Al fin, que la corrupción les ha permitido seguir siendo buenos amigos.

Ni petróleo, ni recaudación tributaria son mencionables, mientras no se les escriture su tajada en el pastel electoral. Por eso, ante el inminente decretazo por el que se consolida la partidocracia que tanto daño ha hecho, el pacto se ve pálido y desfalleciente.

El Pacto, al que no se invitó a la sociedad civil, ni a los académicos, ni a los defensores de derechos humanos, ni a quienes osan vivir fuera de partido, muere, ojalá un nuevo pacto los considere.

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