Después de unas campañas electorales en las que predominaron el lodo, las heces, la violencia de todo tipo, así como la actitud pasiva y omisa de la mayoría de los gobernadores de las entidades, donde ayer se llevaron a cabo elecciones, curiosamente, todos querían elecciones que relucieran de limpias.
No fue así.
Sin embargo, después de varias horas posteriores al inicio de la jornada electoral del 7 de julio, caímos en la cuenta que la población nacional está en dos Méxicos:
– El México virtual del que gozan políticos, funcionarios de los tres niveles de gobierno y quienes cobran como “autoridades” electorales estatales y federales.
No se diga la clase empresarial y algunos suertudos de la clase media alta que, por ahora, no han sido afectados por los recortes o por la falta de circulante.
–Y el México real en el que se mueven miles de millones de personas que padecen pobreza patrimonial, pobreza en salud, pobreza alimentaria y pobreza educativa.
Las elecciones de ayer, en 14 entidades federativas, confirman estos dos mundos diametralmente opuestos, “conviven” diariamente, si nos basamos en las declaraciones de los primeros –“todo va muy bien, “estamos ante una elección tranquila”, “ha habido algunos problemas, pero hasta ahí”, etc., etc., etc.,–
Pero las acciones de los marginados, hasta de la democracia electoral, demuestran la otra cara de la moneda:
–En alguna entidad estallaron bombas molotov, en otra pintaron de rojo la sede de una casilla, en otra unos levantones de candidatos, en una más los maestros acordonaron las instalaciones del Instituto Electoral, y las estaciones de radio; hubo denuncias de que los aparatos oficiales estatales trabajaron a favor de sus candidatos.
Todo ello sin tomar en cuenta el enemigo número uno de los partidos políticos: el abstencionismo.
En la mayoría de los estados donde hubo elecciones, con gobernadores panistas, perredistas y/o priistas, se habla de un verdadero cochinero.
Dinero por aquí, dinero por allá. Despensas, por allá, instrumentos para trabajar la tierra por aquí. Cemento por aquí, láminas de cartón por allá.
Esta “democracia” a la que nos han acostumbrado, incluidos los procesos electorales del año 2000 y del 2006, no la queremos. La “democracia” de las trampas, de las cañerías, en fin, de las acostumbradas guerras sucias, nadie las quiere en este país, salvo los beneficiados por ellas.
De este modo el panista José Guadalupe Osuna Millán, gobernador de Baja California; el neopanista, Rafael Moreno Valle Rosas, de Puebla; Carlos Lozano de la Torre, mandatario priista de Aguascalientes; Gabino Cué Monteagudo, ejecutivo perredista de Oaxaca; Mariano González Zarur, priista en jefe Tlaxcalteca; Rubén Moreira Valdez, el priista que manda en tierras coahuilenses; Francisco Olvera Ruiz, otro priista, pero que encabeza el poder en Hidalgo; Jorge Herrera Caldera, de extracción tricolor, que está al mando en Durango; y Roberto Borge Angulo, en Quintana Roo, se convirtieron en cómplices de las cañerías o cloacas disfrazadas de campañas electorales y que, al final, culminaron en comicios bajo sospechas, muchas sospechas.
O habrá alguien en este país que esté convencido que se practica una verdadera democracia en México. Es pregunta.
Ese alguien, si es que lo hay ¿no estará enterado de la compra de votos, del cambio del sufragio por una despensa, del cemento por unos votos y de una carretilla o un azadón por una decisión en la urna?
Son diferentes partidos políticos, pero Acción Nacional y el de la Revolución Democrática, aprendieron y bien del maestro, el Partido Revolucionario Institucional, en todo lo referente al mapachaje o mapachismo.
Hoy, eufemísticamente, llamada “ingeniería electoral”.
Por ser día de elecciones y mapacherías, es obligado recordar a quienes dejaron huella en los procesos electorales en todo el territorio nacional y, por supuesto, hicieron una “gran” escuela en esta materia: Manuel “El Meme” Garza González (el maestro de todos), Luis del Toro Calero, Antonio Cueto Citalán, César Augusto Santiago y Alejandro Mendizábal, entre otros. Todos conocidos como los mapaches históricos, que por cierto le hicieron un daño irreversible a los procesos electorales en México.
Por lo atestiguado en las elecciones de ayer, se percibe que la democracia electoral va en reversa. Que ha tomado o le han hecho tomar un camino que difícilmente tenga una salida.
Porque, pese al famoso “addendum” o “agregado” nadie le hace caso a nadie.
Jesús Zambrano, del Partido de la Revolución Democrática, acusa; el dirigente del PAN, Gustavo Madero, expone su lenguaje de carretonero y César Camacho Quiroz, del PRI, no acusa recibo y, en las últimas horas, se reservó su respuesta ¿y el Pacto apá?
La realidad es brutal, porque como lo describió Pablo González Casanova (“La Democracia en México”), millones de mexicanos están rezagados en materia educativa, en alimentación, en educación, en salud y en empleo.
En el renglón electoral, que es otro concepto de la democracia, la ciudadanía cada vez está más lejos de participar en momentos en que ciertos sectores cacareaban la alternancia, alternancia que, como se puede observar, las elecciones alejan más al votante del derecho de ejercer una de sus más grandes libertades, la de sufragar, no de naufragar.