El lado equivocado de la historia

Países que hasta hace unas décadas estaban sumergidos en rezago, corrupción y pobreza hoy han alzado la mano para liderar el camino del siglo XXI. Ha llegado el momento de los “países del sur”. Ante ese panorama México podría, una vez más, estar en el lado equivocado de la historia. 

Emilio Lezama Emilio Lezama Publicado el
Comparte esta nota

Países que hasta hace unas décadas estaban sumergidos en rezago, corrupción y pobreza hoy han alzado la mano para liderar el camino del siglo XXI. Ha llegado el momento de los “países del sur”. Ante ese panorama México podría, una vez más, estar en el lado equivocado de la historia. 

En teoría, México es un candidato perfecto para ascender con esta nueva elite a lo más alto del concierto internacional. Al igual que China, Brasil e India, México tiene un amplio territorio lleno de recursos, una gran población  y una localización geopolítica beneficiosa. Al igual que esos países México es un país con una población joven y con un capital cultural universal. 

Sin embargo, a diferencia de ellos, en México no ha habido la voluntad política o social para dar el gran salto. Culpa de ello la tienen la corrupción y sus derivados: la simulación y la impunidad. Mientras que los países que viven cambios importantes han decidido combatir o al menos limitar la corrupción, en México fomentamos su proliferación. 

Ahora una nueva ola de políticos ha encontrado éxito en una fórmula que mitiga nuestro desarrollo: han retomado lo peor del arte de la simulación priista y lo han adaptado a un contexto contemporáneo de telerrealidad y revistas de chismes. La generación joven que pudo haber transformado al país, lo ha paralizado. 

Cierto, durante años nos bastó ser los menos peores para destacar. Mientras que mucho del llamado tercer mundo padecía dictaduras militares o conflictos armados, en México jugábamos a simular la democracia, la institucionalidad, el liderazgo, la paz. Pero cuando el velo de la simulación se cae y los otros países deciden actuar en el terreno de lo real y tangible, sin mezquindades ni máscaras, México no puede competir.  

No puede competir porque esa nueva generación de políticos está construida de esa misma simulación que tendrían que combatir. Porque Manuel Velasco gobierna el estado más pobre de México y gasta cientos de millones de pesos en pegar su cara en los autobuses y espectaculares de la ciudad de México. Porque no tiene la capacidad para gobernar un estado que necesita soluciones radicales, y porque carece de voluntad de transformar los paradigmas de corrupción y mezquindad que lo llevaron al poder. Pero Velasco solo es un reflejo de lo que sucede en el país, de los “mirreyes” que nos gobiernan pero que también reflejan nuestras aspiraciones superfluas como sociedad. 

Y esa es una de las claves de nuestro fracaso. Esa mezcla esquizofrénica entre nuestra  incapacidad por aceptarnos como somos y, al mismo tiempo, la exaltación desmedida de lo nuestro. De elegir a políticos que no nos representan ni conocen nuestra realidad y luego reprocharles el no hacerlo. O en el plano internacional, de alinearnos con las potencias y no con los países emergentes, de aceptar a mansalva las recetas económicas que se nos imponen desde afuera y no buscar imponer nuestras propias ideas. De simular pero no actuar. El flujo de la inercia, la comodidad de la parsimonia. 

Este es el momento clave de la historia. El momento donde una vez más los países se separaran en dos, los que lo lograron: transformar sus realidades y asumir sus potencialidades, y los que no. Ya hemos estado en este momento de quiebre antes y hemos fallado. Fallar esta vez sería catastrófico. El momento ya llegó y México sigue jugando a “hacerse güey”. Si Brasil, India, China, Corea del Sur, Sudáfrica, Chile lo están logrando ¿por qué nosotros no podemos? Es hora de despertar.

Síguenos en Google News para estar al día
Salir de la versión móvil