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Es normal que en seis años, un presidente pierda el estigma de candidato victorioso con el que llega al poder, hasta que desgasta su imagen pública por completo y cede su lugar a un “producto” nuevo.
Por mencionar a los cuatro más recientes: Carlos Salinas de Gortari, un presidente urgido de legitimidad. Comenzó su sexenio dando golpes mediáticos que lo posicionarían en un nivel de popularidad solo antes visto en mandatarios como Miguel Alemán o el mismo Lázaro Cárdenas.
Hoy en día habrá muchos compatriotas que lo olvidan o lo quieran olvidar, pero en su momento –de 1989 a 1993– el expresidente Salinas era considerado por buena parte de los ciudadanos, como el mejor que haya dado México.
Pero el 1 de enero de 1994 el EZLN se levantó en armas, la turbulencia financiera y social no se hizo esperar. Vinieron los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu; un manto oscuro de soledad cayó sobre el aún presidente Salinas, tan denso que hasta la fecha no ha podido revertir este efecto. Sus apariciones públicas son esporádicas y cuidadosas.
Ernesto Zedillo cambió el tono sobrio de sus spots al principio de su mandato, para posicionarse como un salvador de la economía nacional. Sin embargo, acciones como contener “el error de diciembre”, mantener a raya a los Salinas, y la matanza de Acteal, dejaron al Dr. Zedillo en un notable aislamiento.
A Vicente Fox le sucedió algo inusual, fue el primer presidente panista de México, entró soltero y salió de Los Pinos con esposa. De hecho, se rumoraba en los pasillos que las decisiones, no solo las de la “cabaña presidencial”, sino las del país, las tomaba la señora Marta.
La enorme confianza con la que Fox recibió al país fue dilapidada a golpe de pifias, simulaciones y fanfarronadas, de las que nos fuimos enterando poco a poco durante su sexenio. En el caso de la pareja presidencial, las circunstancias los llevaron a recluirse en dúo, y así siguen, con la particularidad de que ahora apoyan la legalización de la mariguana en algunas conferencias.
Felipe Calderón fue un presidente solitario casi toda su administración, desde que decidió emprender la guerra contra el crimen organizado. Su obsesión fue tal, que en actos públicos era custodiado por una cantidad de efectivos militares y de seguridad pública federal mucho mayor a la que utilizan presidentes de EU o Europa, es decir, ningún “mortal” se le podía acercar, tampoco escuchó críticas ni ejerció autocrítica.
Lo que sucede con el presidente Peña Nieto es sorprendente: a nueve meses de iniciada su gestión, su equipo de comunicación lo ubica como ¡un mandatario alejado y distante de la gente! No es poca cosa en la imagen de un político para el que la mercadotecnia resulta un activo tan importante.
En sus spots y en su primer informe, pareciera que han pasado cinco años desde que fue nombrado presidente, lo peor es que no cuenta ni con 12 meses en sus tareas públicas. Peña Nieto se ve desesperado, urgido porque se concreten sus reformas.
Tal y como Octavio Paz desentrañó, con enorme efectividad, la psique colectiva e individual del mexicano, Enrique Peña Nieto se ve cada día más cerca y a muy temprana hora en el laberinto de su propia soledad.