En los 80 irrumpen en la escena política mexicana los economistas. Sin duda el ejemplo más destacado lo constituye Jesús Silva Herzog Flores, el artífice de una larga presencia de tales profesionales en el área de las decisiones.
De encantador discurso y de fácil palabra, el hijo de aquel periodista y docente que formó parte del grupo de nacionalizadores del petróleo, llegó para pasar del estrato de consultor -que tuvo su destacado progenitor- al mundo real de las determinaciones, episodio que empieza con su llegada a la SHCP y del cual los mexicanos aún no nos recuperamos.
Sí, fue López Portillo, aquel titular del Ejecutivo destacado por su cultura y por sus graves errores económicos, quien lo tomo como gurú, sí, con quien empezamos a inventar formas de presentar los quebrantos como verdades de decreto, tal y como las peripecias del mundo cambiario del 81 que derivaron en el control de cambios y la nacionalización bancaria en el 82. Sus corteses, pero costosas discusiones con Miguel Mancera, nos llevaron a una década perdida de la banca, en la que políticos sin escrúpulos usaron las licencias bancarias para hacer favores, generando la cartera tóxica que a la larga se convirtió en el Fobaproa.
Debe decirse que Don Rodrigo Gómez y Don Antonio Ortiz Mena fueron los últimos que pudieron llevar ese distintivo antes de su nombre, curiosamente los más gratamente recordados, y no eran economistas. Después de ellos, un gran número de economistas han dando complejas explicaciones de porqué cada sexenio vivimos en crisis o algo parecido, claro, por razones externas y no por un modelo importado, el cual ya no es respetado en ningún rincón del mundo, salvo en el FMI y en la OCDE.
Tratando de ser justo, ni Silva, ni Mancera ocasionaron la avalancha en picada que empezó en el 80, y que se quiera o no, está detrás de las crisis del 87′ y del 94′. Ese mérito se debe a otro ilustre economista, Andrés de Oteyza, cuya determinación de no ajustar el precio de venta de los hidrocarburos nacionales, nos sacó del desarrollo estabilizador y de la administración de la abundancia, y nos colocó en la crisis sostenida que ha prevalecido en los últimos 40 años. A partir de esa decisión, no hemos salido del “ya merito”. Todo esto viene a colación, porque poca gente sabe que la expropiación petrolera fue un berrinche de Lázaro Cárdenas ante la negativa de los petroleros extranjeros para financiar las carreteras que trataba de construir, así como que, Eduardo Suárez fue el creador de la primera gran farsa de la deuda pública, al inventar un pagaré expropiador que tardó décadas en pagarse y que lejos de ayudar a construir carreteras nos cerró el mundo del financiamiento externo, ya que era activo y pasivo a la vez, como el Fobaproa. Sí, un mito genial.
A pesar de muchos años de infortunio, la fortuita y mala decisión se tornó en buena, debido a la Segunda Guerra Mundial, y aun así nos tomó más de tres décadas que el petróleo llegara a ser el pilar de las finanzas públicas. Pero desde el comité asesor de expropiación en el 37, pasando por Labastida, Reyes Heroles, Kessel, Meade y rematando con Jordy Herrera, ha quedado claro que no hay peor perfil para manejar una petrolera que el de un economista. Claro, sin caer en ingenieros electorales como Carlos Morales Gil. La torpe inversión en REPSOL, los hoteles flotantes y los fantasiosos derivados financieros de Suárez Coppel, debieran ser el clavo que remate del féretro que constituye la mala idea de ver a PEMEX como una mega-tesorería, poniendo a la cabeza a un economista.