Existen muchas redes sociales, cada una con su propósito específico o fin general bien establecido. Sin embargo, en este colectivo de adicciones se encuentra una, hasta cierto modo, necesaria.
WhatsApp, para quien no lo sepa, es una de las aplicaciones de mensajes instantáneos más populares de la internet. En México se espera que, de “cajón”, ya tengas incluida la aplicación de mensajería en tu dispositivo móvil. Podrías no tener Instagram, Facebook, o Twitter, pero existe una ecuación cuyo resultado no ha cambiado por lo menos durante los últimos años: Smartphone+internet=WhatsApp.
Existe incluso la confusión: ¿Por qué se considera una red social? ¿Por qué se agrupa con otras redes más de ocio, cuando este es un pariente muy diferente? ¿Por qué el interés de Facebook por adquirirla?
La vitalidad como herramienta de comunicación no tiene precedentes. Los grupos, los chats, las llamadas. Los pleitos, los dramas, las grandes ideas, las celebraciones. Todo eso es información.
Mientras que para la mayoría Facebook o Instagram son como la sala o el comedor de tu casa, un lugar donde van las visitas o los conocidos, WhatsApp es como tu propia habitación, donde se revelan el conjunto de personalidades ocultas dentro de ti.
Al ser una experiencia íntima y a la vez de ocio, WhatsApp se injerta por ende en la categoría de red social, pese a ser una más indispensable.
De ahí las expresiones comunes hoy día de: “te lo mando por whats”, o “te mando un whats”. Es más, en lugar de preguntar por el número telefónico, algunas personas preguntan por el “WhatsApp”, como si se tratara de otro número telefónico o alguna otra clave.
Estamos en un mundo donde las vías de comunicación se entrelazan o se dispersan. Algunas desaparecen, otras se hacen más fuertes. En tal sentido, WhatsApp se ha vuelto una de las más poderosas.
Te guste o no, lo más probable es que la tienes.
Con ella, surgen dos estatutos fundamentales.
El primero es el de las palomitas azules. Uno de los tormentos de las relaciones amorosas hoy en día. Porque provoca mucha ansiedad, estrés, incertidumbre. He ahí otro de los estandartes de la era moderna, establecido por la red social: “me aplicó las azules”, cuyo origen proviene del coloquio en BlackBerry Messenger “me aplicó la R”. Porque el hecho de saber que alguien te ignora aterra. Puede dar a entender otras miles de posibilidades: “no me quiere”, “esta enojado”, “no la pareció lo que le dije”, “debió de haberme dicho algo más”. Lo crees como una evidencia de la soledad.
Otro es el del “ghosting”. Así como puedes estar muy presente en todo momento, también puede resultar más fácil ignorar a otros, volverse algo sumamente notorio. Ignorar mensajes de texto, llamadas, bloquear Facebook…pero si esto se une a las infames palomitas azules, entonces estamos hablando de algo brutal. El terror de tal conexión es, igualmente, la incertidumbre de conseguir lo necesario para cumplir los objetivos personales de la vida. No hay nada como sentirse un fantasma, tal como indica el mismo fenómeno
Son dos ejemplos de cómo este pilar de red social destruye partes clave de la personalidad, como varias lo han hecho y lo hacen. Te entablan o te hacen sentir aparte. Te ayudan a crecer o a destruirte. A volverte uno más o uno menos.