Para unos el cielo y la tierra se juntan en la línea del horizonte, para otros en el corazón del hombre, para otros en eventos como el de la pasada canonización, para otros jamás se juntan.
Sin duda alguna el evento más mediático del año, por medirlo solo en términos de comunicación, fue la canonización que el pasado domingo 27 de abril se llevó a cabo en la plaza de San Pedro. La prensa, radio y televisión del planeta se volcó en la cobertura.
Si lo analizamos desde la óptica de las redes sociales la canonización igualmente fue taquillera.
Son las fiestas que necesita el planeta, días en los que el mundo se asoma a los fundamental, a lo más trascendente. Días en los que se pone de manifiesto a la humanidad entera la riqueza y capacidad del corazón humano.
Por un lado, menos conocido hoy en día, un italiano nacido a fines del siglo XIX en un pueblo de la provincia de Bérgamo Italia, el cuarto de trece hermanos que decide desde su infancia a vivir para los demás, a ayudar sin medida a los más necesitados.
Así el joven Ángelo Roncalli, siempre con sus botas viejas, conocido durante la guerra por su entrega a los soldados heridos dice cuando lo hacen Cardenal: “y pensar que me hubiera gustado tanto ser párroco”
Ese Papa, que nos recuerda tanto al actual, cuyas mayores preocupaciones eran la renovación de la iglesia, la paz, la justicia social, dio la definición de iglesia que más me gusta: “la Iglesia es como una fuente en la plaza de los pueblos, está ahí para que todo aquel que lo desee encuentre agua fresca”
Por otro lado un polaco, nacido en el seno de una familia sencilla de Wadowice hace 94 años. Un intelectual, actor bien parecido, deportista y obrero que llegó a dominar 9 idiomas, el hombre que sin duda alguna ha conquistado más a nuestra patria.
Cinco de sus 106 viajes como pontífice fueron a México. Su director de Comunicación social, Navarro Vals llegó a decir, “cuando volvía de México volvía feliz alguna vez nos dijo incluso: cada vez que voy tengo que vencer la tentación de quedarme en México”.
Este Karol Wojtyla, canonizado ahora como Juan Pablo II, marcó a los mexicanos por que supo darse, con nosotros cantó, rió, lloró, bromeó, rezo, bailó, sufrió, gozó y hasta se desveló.
En sus casi 85 años de vida y casi 28 de pontificado desarrolló una actividad sin precedente: 147 ceremonias de beatificación, 15 sínodos de obispos, 12 mil audiencias generales, 106 mil viajes, más de mil audiencias con jefes de Estado y/o primeros ministros, 14 encíclicas, 45 cartas apostólicas, 5 libros…
En su vida no faltó nada, ¡vaya!, hasta un atentado a sus 61 años, en la plaza de San Pedro.
Son bocanadas de oxigeno que recibe la humanidad. Eventos que todos necesitamos para entender que hay otros mundos, otros valores y otros ideales, que no todo es mentira, violencia, traición y materia.
El Papa Francisco lo explicó mejor: fueron dos hombres “que no se avergonzaron de la carne de Cristo… que no se avergonzaron de la carne del hermano porque en cada persona que sufría veían a Jesus. Fueron dos hombres valerosos… dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia”.