El 10 de julio Francesca Fellini –sobrina del cineasta Federico Fellini–, anunció que la familia había decidido otorgar los derechos para la realización de una nueva versión de “La Dolce Vita” (1960), una de las icónicas películas de quien fuere su tío, protagonizada por Marcello Mastroianni.
En la cinta filmada en blanco y negro con un inolvidable soundtrack de Nino Rota se cuenta el día a día de Marcello Rubini (Mastroianni), paparazzo del espectáculo que en su andar por la vida de la farándula y celebridades, se topa con el claro hartazgo de la modernidad y el constante vacío de la decadencia social, teniendo momentos de reflexión hacia su entorno y la vida futura.
Fellini se hizo acreedor de la Palma de Oro en Cannes por el filme, y a la icónica escena con la actriz Anita Ekberg interpretando a Sylvia en la Fuente de Trevi, se le ha hecho tributo a lo largo de la historia del cine.
El cineasta volvería a marcar el reflejo del hedonismo, la misantropía y el nihilismo en “8 ½” tres años después, de vuelta con el protagónico de Mastroianni ahora como Guido Anselmi, director de cine que se encuentra en búsqueda de inspiración para su nueva película.
Pero en la vida de Guido abundan las distracciones, la opulencia banal y la presión de sus productores porque tenga un guión definitivo, esto claramente era un reflejo del mismo Fellini, que iniciaba la mayoría de sus producciones sin un libreto terminado.
Es curioso cómo es que este reflejo de la sociedad en constante distopía se acuña por el cine italiano –ahí donde Roma marcó un imperio y el inicio de la sociedad moderna–, ya que Fellini no es el único que lo ha explorado.
La compulsión a la repetición llegó en 2013 cuando Paolo Sorrentino trajo “La Gran Belleza”, película que ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera.
En este filme Jep Gambardella, escritor y periodista harto de la hipocresía clasista se cuestiona a sus 65 años de edad cómo es que la vida le ha llevado a realizar lo que nunca le ha gustado hacer sino lo que la presión social dicta como formalidad.
“La religión es el opio del pueblo” escribió Karl Marx en 1844. Hoy, a más de 170 años de su frase, tal vez ese soma que nos mantiene aletargados ya es algo más presente que el culto a una deidad: La tecnología y el uso exacerbado de la información.
Fellini supo retratar que estamos hartos desde hace 55 años, que seguimos reflexionando ante el porqué de la vida. Si el remake de su cinta llega es porque nada ha cambiado (posiblemente) desde el inicio de la humanidad.