“Elvis está vivo (…) está en el cuarto forrado de leopardo dorado, se queda viendo su propio funeral”.
Elvis está vivo
Andrés Calamaro
Es un fantasma para nosotros, y de sí mismo. Es un trauma nuestro, un reproche colectivo de la conciencia común por el abandono al amigo, al poeta. Samuel Noyola está desaparecido hace casi diez años. La incertidumbre taladra cabezas y corazones; puede resultar insuficiente al grado de indiferencia pero igual alcanza para alimentar culpas. Se le recuerda. Se le busca. Se publica su obra. Se levanta su leyenda de poeta maldito.
Samuel Noyola está atrapado en mi memoria como una fotografía de Roberto Maldonado Espejo. Es una tarde de verano en Monterrey, en la calle Galeana, frente al periódico El Porvenir; años finales de los ochenta o principios de los noventa. Aparece en medio de la calle, de pie, con las rodillas flexionadas y los brazos abiertos y un paliacate en la cabeza. Un pirata. Samuel estaba por entrar o salir del matutino regiomontano que editaba entonces el suplemento cultural “Aquí Vamos”, a cargo del poeta José Jaime Ruiz, su amigo entrañable. Samuel transitaba con el prestigio del elogio de Octavio Paz a sus versos y el consentimiento que el Nobel le brindaba hasta para pagar sus cuentas. Transitaba con el prestigio de la seducción de su palabra, de la seducción de su estampa de canalla; de la seducción de su trayectoria de militante de revoluciones como la sandinista en Nicaragua.
Samuel llegaba a las oficinas de Publicaciones de la Universidad de Nuevo León, 2005, a conversar, a recitar sus versos y los versos de los poetas en su corazón; a solicitar algunos pesos.
Nunca más supimos nada de él. Ni preguntamos. Pero lo vemos cuando vemos al inteligentísmo y destructivo Genaro Huacal, y al joven poeta Francisco Serrano, su clon, con más kilos y menos tendencia suicida, que recita sus versos y bebe como pocos, como Samuel, heladas caguamas.
Las indagaciones de sus amigos indican que desde finales del 2007 se dejaron de tener noticias del poeta. El último empleo que se le conoció fue como franelero del estacionamiento de los artistas que iban a tocar a La Maraka, un populoso centro nocturno del Distrito Federal, donde supuestamente Noyola se encargaba también de conseguir droga para los músicos y cantantes que amenizaban las veladas salseras. En octubre de 2007, Noyola publicó en Letras Libres uno de sus últimos textos, que refieren justamente a sus días en La Maraka como niño consentido de Margarita “La diosa de la cumbia”; “no tenía sueldo, sino propinas. Poseía amistad y me cobijó el deber. Vivía de a grapas”.
En 2011, el Consejo para la Cultura de Nuevo León y El Tucán de Virginia publicaron El cuchillo y la luna, la poesía reunida de Samuel Noyola, a cargo de Víctor Manuel Mendiola y Minerva Margarita Villarreal. En esa edición están compilados los tres libros que publicó Nada sabe mi llama, de 1986; Tequila con calavera, de 1993; y Palomanegra productions, de 2003. Se trata de un libro con la bondad que esconde una figura transgresora como la de Samuel, a quien esperamos leyendo sus versos iluminadores.