El mundo entiende que la despedida de Mandela llegó. Y conmovido, dice adiós a este tamaño de hombre que trascendió su nación, su continente y su causa. Son testimonios fuertes de la verdad que al marcharse inevitablemente dejan un vacío, más fuerte quizá cuando hace falta un Mandela mexicano.
La historia de Nelson Mandela es inmortal: tras 27 años en la cárcel por pelear contra el apartheid (sistema racista de Sudáfrica), se convirtió en el primer presidente elegido democráticamente en su país, y lo gobernó sin rencor hasta lograr la reconciliación entre blancos y negros.
Nelson Mandela nació el 18 de julio de 1918 en un poblado de 300 habitantes. Pertenecía al clan Madiba de la etnia xhosa, fue uno de los 13 hijos, que tuvo su padre con sus cuatro esposas, su madre era la tercera.
Hoy, mientras sus más de 250 premios y reconocimientos internacionales, incluido en 1993 el Premio Nobel de la Paz, cuelgan en los muros, su vida se apagó y todos entendemos que se ha marchado.
Su partida nos duele porque se trata de un hombre ligado siempre a la verdad. Más que la riqueza, la belleza o la salud, es la verdad la principal necesidad de la persona humana. Conocida como la adecuación de la razón a la realidad, la verdad se vuelve indispensable para el equilibrio y bienestar de las personas y sus instituciones.
Muchas personas confiesan que han llorado cuando han conocido a Mandela. Morgan Freeman, que lo interpretó en Invictus no derramó lágrima alguna cuando lo conoció, y así narró el encuentro: “Madiba me invitó a un desayuno. Yo no había comido nada, y de repente me encuentro con que solo me da un té. Así que me decepcionó un poco la primera vez -ironiza deliciosamente el actor-, pero nos hicimos amigos y seguimos siendo amigos. Para siempre”.
Aunque sí estaba nervioso, confiesa Freeman antes de estrechar la mano de Mandela que salvó a un país de la Guerra Civil: “Cuando uno va a conocer a un rey o a un presidente no sabe lo que decirle salvo el típico ‘es un placer’, porque no se te ocurre soltarle: Así que aparte del clásico ‘es un gran placer saludarle’ me despedí con: ‘Ha sido un gran placer, Mr. Mandela’. Al salir dijo Morgan Freeman que Mandela es ‘uno de los dos mejores políticos del siglo XX y XXI, que nos recuerda inevitablemente a Gandhi’.
Mandela nos recuerda hoy los versos de William Henley que usaba tanto en su vida y escribió en Invictus, la película: “yo soy el dueño de mi destino, yo soy el capitán de mi alma”.
En el México Pirata que nos rodea que mientras más miente en más pirata de convierte, qué bien nos vendría un Mandela, al que líderes, políticos y todos, maestros incluidos volteáramos a ver.
En términos educativos somos el último lugar de los 52 países en todas y cada una de las evaluaciones realizadas por la OCDE, desde 1994. Somos el país número 11 del mundo en cuanto a población, sin embargo, es la economía el 14 del planeta y el 81 en cuanto al PIB por habitante.
Somos el país más corrupto de la OCDE, lugar 34 de 34, pero eso sí el primer lugar del mundo en obesidad y nos consumimos el 97 por ciento de las sopas instantáneas (tipo Maruchan) que se vendieron en Latinoamérica y somos –no me lo va a creer- el segundo lugar mundial en cirugías estéticas (“tercermundistas, pero guapos”)
La figura de Mandela (Madiba), qué duda cabe, no se apagará nunca porque es tal el instinto de conservación del hombre que, como lo hizo en el caso de John Henry Newman, se las ingenia para mantener en la memoria a los hombres de verdad.
Su figura en un sitio adecuado se vuelve una necesidad.