Cuando no hay comida

Las situaciones de escasez de alimentos pueden ser muchas, desde las guerras, la pobreza extrema, desastres naturales, terrorismo y las crisis económicas. Y ninguno de nosotros estamos exentos de pasar por alguna de estas situaciones.

La escasez de alimentos obliga a las amas de casa y a los cocineros a volverse más creativos, utilizando los ingredientes que se tengan.

Primero con el objetivo de calmar el hambre y llenar los estómagos vacíos y segundo para poder ingerir alimentos agradables al paladar.

Karina Barbieri Karina Barbieri Publicado el
Comparte esta nota

Las situaciones de escasez de alimentos pueden ser muchas, desde las guerras, la pobreza extrema, desastres naturales, terrorismo y las crisis económicas. Y ninguno de nosotros estamos exentos de pasar por alguna de estas situaciones.

La escasez de alimentos obliga a las amas de casa y a los cocineros a volverse más creativos, utilizando los ingredientes que se tengan.

Primero con el objetivo de calmar el hambre y llenar los estómagos vacíos y segundo para poder ingerir alimentos agradables al paladar.

Recuerdo en mi adolescencia con el desastroso primer gobierno de Alan García en Perú, que nos hizo pasar momentos como los que están viviendo actualmente nuestros hermanos venezolanos.

La escasez de alimentos era dura, alimentos básicos como el arroz, azúcar, aceite y leche, eran vendidos racionadamente.

La carne, pollo y pescado eran inalcanzables para muchos, pues los precios eran estratosféricos.

La gente se tuvo que volver muy creativa, cocinaba con lo que había, para cumplir el cometido: llenar la panza.

Se sabe de excelentes creaciones culinarias durante las épocas de escasez como la tortilla española en el país ibérico.

La historia cuenta que la inventó una mujer pobre, que solo tenía papas, cebolla y huevo. Después, se convirtió en un platillo que se popularizó durante las guerras carlistas, alimentando a las tropas españolas por ser un platillo sencillo, rápido y nutritivo. 

En  México, el chile en nogada se creó cuando Agustín de Iturbide, quien dirigió la derrota final del ejército español en el país, decidió celebrar el día de su santo patrón, San Agustín, en Puebla el 28 de agosto de 1821. 

La celebración se llevó a cabo en un convento local, donde las monjas crearon un plato especial para la ocasión: un chile relleno cubierto en nogada, una salsa de nuez con crema. 

En la parte superior de la salsa blanca esparcieron perejil verde y semillas de granada roja, dándole al plato una combinación con los colores rojo, blanco y verde de la bandera mexicana. Esos fueron los ingredientes con los que contaban las monjas en su convento.

En Lima, recuerdo haber visto con tristeza, asombro y un poco de asco, gente humilde comiendo una montaña de spaghetti hervido, con papas hervidas y salsa Huancaína (hecha a base de leche, chile, queso fresco y galletas saladas).

Hoy podemos encontrar esta creación culinaria, un poco mejorada, en los mejores restaurantes de cocina peruana contemporánea.  Hasta yo la he preparado gustosamente en casa.

Así también recuerdo cuando en la época que tuvimos la peste del cólera, y no podíamos consumir pescados y mariscos crudos como para nuestro adorado ceviche, tuvimos que reemplazar el pescado por champiñones, creando el ceviche de champiñones, platillo que se popularizó mucho en esa época.

Vengo de una familia tanto de parte de mi padre, como de mi madre, de italianos que vivieron personalmente la Primera y Segunda Guerra Mundial.

Me cuentan que mi bisabuelo, quien estuvo en la Primera Guerra Mundial, se enojaba mucho cuando alguien dejaba algo de comida en su plato.

En ese momento era difícil entender su enojo, ya que ni sus hijos, ni nietos han pasado hambre.

Cuando mi bisabuelo estaba tranquilo decía: “Si la gente no desperdiciara nada de la comida que tenemos, habría más comida en el mundo, faltaría menos, esto la haría mas barata, y estaría al alcance de más personas.”

Mi tío Sandro no podía ni ver los camotes, porque de niño durante la Segunda Guerra Mundial, durante meses solo comió camote. Y mi tía Franca quedó muy impresionada de ver a los soldados americanos llegar a Italia, chaposos, fuertes y sanos.  El contraste con los italianos desnutridos era fuerte.

Mi abuela tiene un recetario italiano, que es más una guía que se llama “Cocina en tiempo de guerra”, donde se dan consejos para no desperdiciar nada. 

Por ejemplo, recomienda utilizar al agua donde se cocieron las papas para bañarse.  Agregando menta o romero.  O para lavar los platos con esa agua, de modo que se ahorra la sal de soda, la cual ayuda a quitar la grasa. Recuerdo que en varias ocasiones le recordé que la guerra ya había terminado.

Cuando ella servía la comida daba pequeñas raciones en los platos, sobre todo cuando me servía su deliciosa tarta de manzana….

Por ello en la familia fuimos criados con esa conciencia de ser medidos y desperdiciar poco. Pero sobre todo, tener las alacenas y el refrigerador siempre bien surtidos… ¡como si estuviéramos listos para la guerra! 

Esta costumbre fue muy efectiva el año pasado cuando tío Ricardo y familia estuvieron en Acapulco, en el puente del 16 de septiembre. Durante el paso del huracán “Ingrid”, tuvieron suficiente comida para una semana.

Siempre le digo a mi hija que la vida nos da lecciones y más vale aprender a las buenas que a las malas. Cuidemos los alimentos en casa, informémonos, comamos no solo para satisfacer nuestro estómago, comamos para nutrir nuestro cuerpo.

Síguenos en Google News para estar al día
Salir de la versión móvil