De perros, militares y cuentos chinos

El proceso de asimilación de lo militar a lo civil resulta, por menos, complejo.

Por tanto, sobra decir que pretender ser las dos al mismo tiempo resulta ser un albur.

Es por eso que el aroma de lo que se cocina en el Senado ya confundió a más de uno. Ya no se sabe si son elotes o esquites -y no, no es lo mismo, mi querido lector- , si una Ley de Seguridad Interior o una de Seguridad Nacional. Y es que, más allá de las terminologías, nuestros legisladores han caído en la tentación de armar un Frankenstein.

Rodrigo Villegas Rodrigo Villegas Publicado el
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El proceso de asimilación de lo militar a lo civil resulta, por menos, complejo.

Por tanto, sobra decir que pretender ser las dos al mismo tiempo resulta ser un albur.

Es por eso que el aroma de lo que se cocina en el Senado ya confundió a más de uno. Ya no se sabe si son elotes o esquites -y no, no es lo mismo, mi querido lector- , si una Ley de Seguridad Interior o una de Seguridad Nacional. Y es que, más allá de las terminologías, nuestros legisladores han caído en la tentación de armar un Frankenstein.

Mientras tanto, la voz de los principales actores en contra del crimen organizado se ha escuchado fuerte y clara. Zapatero a tus zapatos.

¡Regrésennos a los cuarteles!

Más aún, dice mucho la forma en la que los dos altos mandos militares se han expresado. Si alguna vez hubo una rivalidad, especialmente en el sexenio del presidente Calderón, hoy se ve, se sabe y se escucha que es casi nula. El almirante Soberón lo sabe más que nadie, tras estar en las primeras filas el frente de batalla entre ambas instituciones armadas.

Las fuerzas armadas parecen tener muy presente lo que los dos legendarios generales de hierro estadounidenses Dwight Eisenhower y George C. Marshall siempre dijeron: por más que use traje en lugar de uniforme, jamás dejaré de ser militar. La traducción al contexto mexicano es que por más años que pasen nuestras fuerzas armadas en las calles, no van a dejar de ser militares y, por ende, jamás se convertirán en policías. La negación de nuestros militares a hacerle la chamba a las instancias de seguridad pública es más que entendible, al final del día tanto el Éjercito como la Marina meten mano en su propio bolsillo para librar batallas para las que ni están entrenados ni están facultados. Mientras que las policías despotrican sus presupuestos en todo y en nada, sin disparar una sola bala.

Los legisladores deben saber que la participación directa y obligada de los mandos militares en la discusiones de la Ley de Seguridad Interior deben saber es tan sólo el preámbulo de una sacudida en materia de defensa.

Porque el factor Donald J. Trump ha convertido una oportunidad en una necesidad. Ya montado en el tablero de ajedrez geopolítico, México, que ya empieza a mover sus piezas, debe contemplar el uso de cualquier recurso político, el brazo armado es uno ellos.

Y también representa la oportunidad de invertir de manera estratégica en defensa, “ponerlas en orden”, como dijo Winston Churchill en su discurso ante el Parlamento británico en 1938 y ser aprovechadas como un activo político, económico y social.

No es la primera vez que un secretario de Defensa y Marina comparten una llamada telefónica con el “SECDEF” (su homólogo estadounidense). Pero la difusión de este acto manda un mensaje inequívoco: las fuerzas armadas están determinadas.  Ambos mandos tuvieron su primera conversación con el “Perro Loco” del Pentágono, sí, aquel militar retirado llamado James Mattis, y apodado así. Mattis es otra figura que habrá de probar que su envestidura civil gobernará en su gestión, y no le afectará la cruda de militar.

Y finalmente, la llamada entre el secretario de gobernación Miguel Osorio y el secretario de seguridad interior de Estados Unidos, el general retirado (sí otro) John Kelly termina de configurar y darle sazón al guiso de la Ley de Seguridad Interior.

Los redactores de esta infame ley y todos aquellos legisladores que alcen la mano a favor o en contra deben saber que se trata de una ley con doble filo porque la letra chiquita de esta legislación bien podría terminar siendo lo que incline la balanza en las negociaciones diplomáticas con Estados Unidos. Principalmente en el esfuerzo conjunto, pero también para que el canciller Luis Videgaray la traiga como moneda de cambio con el secretario de Estado, Rex Tillerson. Es decir, no nos andemos con cuentos chinos, la ley si importa e importa mucho. Al tiempo.

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