Mientras la variante ómicron del COVID-19 se esparce con rapidez en el mundo, a menos de un mes de su descubrimiento en Sudáfrica, México se dio el bacanal de bienestar a toda pujanza en el Zócalo capitalino, y también en el resto del país donde se las autoridades lo permitan.
Sino, con gusto les invito a que lean en esta casa editorial la crónica de lo vivido en el Bajío por el que escribe, allá también hay otro jolgorio desenfrenado, en Guanajuato, cantinas, bares, antros y restaurantes, cierran hasta entrada la madrugada, y el gobierno municipal feliz de tenerlas calles repletas de adultos jóvenes alcoholizados.
Y el resto del mundo, ¿qué dice? Holanda tiene de nuevo confinamiento, al igual que Austria, que dicho sea de paso, ahí sí aplicaron el “Copelas o cuello” con la vacuna, porque o te inyectas, o pagas multa que sobrepasa los 170 mil pesos. El rigor, restricción y la posible discriminación, suceden en el primer mundo.
Al final del día, las potencias globales solo piensan en el ostracismo, no hay un plan competente y funcional que ponga de acuerdo ante la crisis sanitaria a todas las latitudes, pero esto también va de lo mismo, para más problemas que nos conciernen a futuro.
Y así como cada país prefiere ignorar los problemas de sus vecinos, lo mismo sucede en lo individual, esto es un “sálvese quien pueda”, pero aquí no es como en Mario Bros o los video- juegos, no tenemos una vida extra o planeta número dos, entonces, estamos destinados a una inminente muerte, lenta y dolorosa, una agonía que llegará hasta la extinción.
Para quienes crean que ando en mood fatalista, afortunadamente, hay un rigor científico que sustenta mi opinión; el paleontólogo y biólogo evolutivo Henry Gee publicó una columna en Scientific Americanantier titulada “Humans Are Doomed to Go Extinct”, que en español sería “Los Humanos están condenados a extinguirse”, donde el investigador ofrece un panorama interesante y a largo plazo.
Él justifica que, al ser un paleontólogo, observa el tiempo en un amplio espectro, los homo sapiens han presentado una línea evolutiva con poca variación genética y esto es malo para subsistir en el largo plazo, además de que, contrario a lo que se piensa, en países precarios, la tasa de natalidad al fin empieza a descender, por lo que se calcula que para el 2100, haya menos habitantes en el planeta que en este presente.
Además de que la modalidad de vivir en ciudades con espacios literalmente confinados (hablo de arquitectura y no de pandemia, queridos lectores) es un agente que nos añade estrés, contaminación y demás factores que ponen en detrimento nuestra calidad de vida a largo plazo.
Y claro, la falta de recursos naturales, que cada día nos apropiamos más sin renovarlos, pues esto nos lleva a una debacle mundial, pero, por lo pronto, sigan disfrutando su existencia, mientras el COVID-19 lo permita y las autoridades mexicanas (¿Cuáles?) que ostentan cuidar de la salud de sus ciudadanos.