No, no me refiero a un eslogan de tarjeta de crédito que se posicionó hace cuatro décadas, sino al hecho de que si en realidad le das valor a lo que firmas… Bueno, empezando por preguntar si lees todo lo que te ponen enfrente para que estampes “tu poderosa”. Historias tengo miles. Aquí un par.
Un buen amigo recibe la desagradable noticia de que fue rechazada su petición de cirugía programada para una intervención que debería practicarse su esposa. Esta modalidad del seguro de gastos médicos mayores ayuda mucho, pues opera el pago directo a los involucrados en el procedimiento: desde cirujano, ayudantes y anestesiólogo, hasta análisis, estudios y costo hospitalario.
Pero no para ahí la cosa. Dos días después recibe un documento jurídico con todo el protocolo y parafernalia correspondiente, diciéndole que le rescindían el contrato celebrado con la compañía de seguros, lo que también podría ocasionar que lo boletinaran en el sector asegurador y nunca más pudiera contratar una póliza médica. Grave… muy grave.
¿Causa, razón o circunstancia del evento?: Falsedad de declaraciones. ¿¡Qué, qué, qué!? En pocas palabras: “por pillo”. Me llama prácticamente de inmediato y empezamos a indagar.
Resulta que la supuesta falsedad en realidad fue omisión y su asesora de seguros en un afán desvirtuado de brindarle un servicio de excelencia requisitó la solicitud de su puño y letra, lo que no debe ser: la normativa correspondiente indica claramente que es el contratante o el asegurado quien deberá hacerlo. Lo peor de todo es que mi susodicho amigo no leyó lo que su agente escribió. Hay cosas que parecen ficción, pero son de la vida real. Aclarando lo ocurrido, se logró rescatar la póliza y fin de la historia.
Otra querida amiga (muy estudiada, por cierto), se encontraba peleando su jubilación en una instancia de gobierno. Como se podrán imaginar, le querían “hacer de chivo los tamales”, y no lo iba a permitir. En una de tantas vueltas fingen que ya estaban de acuerdo en otorgarle lo solicitado y que además sería retroactivo ¡guau! ¡Sonaba de maravilla! Lo único que debía hacer era firmar un documento en blanco.
Va para quince años y obviamente no se ha podido arreglar. Si vas a firmar un acta de matrimonio en una kermés, pues importa poco lo que hagas (de todas formas, lee y no signes con la buena).
La inmediatez de todos nosotros, los jóvenes por jóvenes y los viejos por viejos, puede traer consecuencias irreparables. Lee, requisita y firma con toda calma; perder unos minutos en este momento te evitará romperte la cabeza después.
Recuerda que “No es más rico el que gana más, sino el que sabe gastar”.