Compartir… ¡el auto!

Les escribo desde Bogotá, Colombia. Subida en un taxi, mi acompañante Diego Cancino me explica cómo ha incrementado el tráfico en la ciudad. Estamos prácticamente “parados”, “asfixiados” y “aburridos”. Lo pongo entre comillas porque exagero, pero estoy segura que no soy la única que lo experimenta, ¡nos ponemos de mal humor! 

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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Les escribo desde Bogotá, Colombia. Subida en un taxi, mi acompañante Diego Cancino me explica cómo ha incrementado el tráfico en la ciudad. Estamos prácticamente “parados”, “asfixiados” y “aburridos”. Lo pongo entre comillas porque exagero, pero estoy segura que no soy la única que lo experimenta, ¡nos ponemos de mal humor! 

Lo peor del tráfico no sólo es eso, sino el incremento también del número de accidentes que terminan en lesiones o hasta asesinatos imprudenciales todo por “no llegar tarde”. Difícil porque en Monterrey, al menos esto ha significado el riesgo de la vida de quienes andamos en la calle, seamos automovilistas o peatones. 

Diego agrega otra observación: ¿te das cuenta que las personas que conducen van prácticamente solas? Me pregunta. Le asiento con la cabeza, de manera inmediata, porque también lo he notado en Monterrey. 

¿Cuáles podrían ser las alternativas en ciudades en donde por una parte no debemos abrir más vialidades -porque está demostrado que sólo empeora el problema- y, por otro lado, la “lógica” parece indicarnos que no queda de otra ante tal cantidad creciente de automóviles? La pregunta del millón. 

Diego, quien es discípulo del profesor Antanas Mockus -quien fue alcalde de Bogotá- considera como clave lo que Antanas ha catapultado como un eco a nivel internacional: cultura ciudadana. 

Hablar de la cultura ciudadana significa también elevar el nivel del debate. Porque ya no sólo es considerar la Ley o la moral para la regulación social, sino a los comportamientos, motivos y razones de la misma ciudadanía. 

Habría que generar los incentivos e incidencias necesarias para la coordinación, cooperación y colaboración de resolver problemas de forma colectiva.

Suena romántico, pero ciudades como Medellín y Bogotá en tiempos de los profesores Fajardo y Mockus han logrado con esfuerzos (no todos logrados, pero al fin de cuentas intentados) que se vea a la cultura ciudadana como algo digno en que lo público y lo privado debe invertir. 

Diego sugiere que un primer sencillo paso sería compartir el auto. Pero las primeras preguntas no son tan “sencillas”. En una América Latina lastimada por la desconfianza, a su vez generada por sucesos trágicos, compartir el auto sienta más precedentes de problemas que de verlo como parte de las alternativas. 

Entonces, me explica cómo algunas universidades y empresas han comenzado programas de enfoque educativo para organizar las salidas o entradas en autos compartidos. 

Hay una en donde se ponen los horarios de manera abierta en el elevador. Así la disponibilidad es visible, como la certeza del nombre y apellido de la persona que se ofrece. Tales pequeñas acciones están haciendo réplica en la conducta de algunas personas. Incrementando los usuarios de estas iniciativas. 

Aunque no es tarea sencilla, algunas innovaciones y emprendimientos tecnológicos en el mundo están enfocándose en el tránsito de la movilidad urbana sustentable, sobre todo en economías basadas en su industria automotriz y todo lo que implica el uso excesivo del automóvil. 

Así es como han surgido aplicaciones para celular que permiten tener un mayor control de rutas, precios y movimientos. E incluso, una industria que comienza a ver la posibilidad de los vehículos más compactos. 

A lo anterior habría que agregar la “sharing economy” (economía colaborativa en español) que ante los efectos negativos del capitalismo comienza a convertirse en tendencia. Significa que mientras más costos represente el uso de los automóviles mayor será la demanda de, literalmente, compartir los gastos. 

Así que entre las consecuencias positivas que no sólo se concentran en la movilidad, la economía o el medio ambiente, compartir el auto también puede ser una herramienta para la convivencia en tanto estamos en el proceso de reinventar nuestras formas de movernos. 

Si no nos asumimos que nosotros somos el tráfico entonces implicará un reto mayor para solucionar. Crear una cultura ciudadana orientada a otras formas de movernos, eso es prioridad antes de que seguir perdiendo tiempo de la vida corta montado en un auto.

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