Conozco a Carmen Aristegui y a Denise Dresser. Ambas son mujeres valientes, estudiosas y honorables movidas por un auténtico amor a México. Me consta en términos absolutos. La vida me ha permitido comprobarlo una y otra vez en diferentes circunstancias y momentos.
Ambas luchan a diario, desde sus respectivas trincheras, por tener una patria más digna, próspera y pulcra rescatando lo que se pueda del mefítico estercolero en el que lamentablemente subsistimos en razón del avanzado proceso de putrefacción de nuestros políticos. Ambas se exponen con sus escritos y con sus comentarios radiofónicos a amenazas, a perversas intimidaciones directas o indirectas vertidas a través de cabilderos áulicos dueños de un sofisticado lenguaje viperino diseñado para tratar de amedrentarlas o a cortesanos venales llenos de dinero mal habido con el que pretenden silenciar o comprar –sin éxito en el caso de ellas– a voces audaces dedicadas a dar con la verdad por medio de martillazos asestados a diestra y siniestra.
Es claro que si todos los mexicanos fuéramos como Carmen y Denise tendríamos el país con el que ya soñaban e idealizaban nuestros ancestros… ¿Vamos a dejarlas solas? ¿Las abandonamos a su suerte, cuando corren peligros y riesgos al destapar la cloaca hedionda en la que se solazan los políticos secuestradores de la nación, mientras la sociedad eternamente apática asiste a su pretendida incineración pública apretándose la nariz con el pulgar y el índice y los ojos cerrados?
¿Somos una sociedad pusilánime incapaz de dar un paso al frente para defender a dos mujeres, verdaderos ejemplos de un periodismo aseado y responsable, genuinas especies en extinción?
No veo a la mayoría de mis colegas protestar airadamente en todos los medios, en la radio, en la prensa escrita y en la televisión por los ataques velados perpetrados en contra de estas periodistas dignas del mejor de nuestros respetos y consideraciones.
¿Todos somos el Bruto que apuñaló a César…? ¿No nos percatamos con meridiana claridad que el silencio de Carmen y de Denise –objetivo imposible de alcanzar– no solo perjudicaría al gremio periodístico, sino a la sociedad mexicana que volvería a sepultarse en el oscurantismo inquisitorial al que aspiran los políticos para continuar lucrando ilícitamente con las mejores causas de México?
Comentaristas de radio y televisión, periodistas y columnistas, cartonistas, directores y dueños de medios, ¿vamos a esperar en cómoda somnolencia y solaz indolencia a que apuñalen por la espalda a nuestras periodistas que defienden lo mejor de nosotros y combaten, indefensas, solo con el poder de su pluma y de su voz, los intereses de una sociedad que a todas luces no las merece?
Todos seríamos responsables si algo les ocurriera a Carmen o a Denise. Todos. Nuestro silencio cómplice y cobarde sería especialmente útil para hundirnos aún más en un complejo sistema de culpas que jamás las devolvería al periodismo vivo y valiente que requiere un México agredido históricamente por la impunidad y la venalidad de sus políticos que se sienten y se saben inalcanzables a la ley, en tanto el juicio popular les es absolutamente irrelevante.
Podría discrepar con ellas en algunos aspectos pero, parafraseando a Voltaire, defendería con mi vida su derecho a expresarse.