A veces, el rechazo de una oferta de trabajo puede sentirse como un rompimiento amoroso. Como si aquella persona que te gusta te aplicara el “visto” tras un mensaje importante, o como si se terminara una relación con un simple mensaje de texto.
Imagínense este caso. Un joven busca entrar a una empresa. Ellos le piden su currículo para ingresar. Hay quienes exigen montones de experiencia con poca retribución económica (porque no pueden o no quieren, eso ya es de cada uno), y no responden a los candidatos sin el perfil adecuado. En otras ocasiones, los procesos son más largos. Se solicitan exámenes, pruebas de aptitud para contratar a las personas. Pero, aún así, solo el candidato ganador tiene respuesta. Los demás suelen sufrir indiferencia.
Es un duro golpe a la autoestima del solicitante, incluso puede perjudicar sus esperanzas para contactar a otras empresas. Pero no siempre es algo tan sencillo como no querer contestar un mensaje o simplemente cerrar la puerta de su futuro. Así como el ghosting en las relaciones donde no hay interés de la otra parte, los empleados, por tal o cual razón, no cierran los vínculos laborales formados con los postulantes.
No está del todo bien. Sin embargo así es la vida. A veces debemos aceptar el rechazo.
¿Qué se debe de hacer en estas cuestiones?
En ocasiones, la falta de contacto es una señal para ignorar y seguir adelante. Acosar nunca traerá cosas buenas. Es importante saber la diferencia entre perseverar y forzar. Entre luchar por un puesto y rogar para conseguirlo.
Sin embargo, si hubo más interacción en la relación previo a la contratación, sugiero no apropiado, sino necesario, dar un cierre a aquella interacción. Aunque sea con unas pequeñas palabras de aliento.
Sería ideal que éstas vinieran de parte de quien estuvo contigo durante el proceso. Sin embargo, en ciertas circunstancias uno debe tener la iniciativa. Preguntar de forma educada, mediante una vía de comunicación pasiva, qué salió mal, o qué podrías hacer para no fracasar en el siguiente intento. Si no responden, por lo menos lo intentaste, no quedaste mal. Si sí, no solo tienes una mejor imagen con quien te quiso contratar, sino también aprendes de los errores. Te despides de aquella oportunidad. Le borras los puntos suspensivos. Te quedas con el punto final.
Ahora, por desgracia, la falta de respuesta no siempre tiene efectos positivos.
Hace poco me encontré un caso interesante. Una persona denunció públicamente a su empleador, acusándolo de supuesto plagio. Decidió compartir su experiencia sin un fin específico. Quizá uno emocional de desahogarse, o de sentirse identificado con casos similares. Aunque las reacciones fueron diversas, como lo suelen ser en los medios, las palabras más usadas fueron las de “ánimo”, “sigue adelante” o “no te rindas”.
Porque, tanto en las relaciones amorosas, como en las de trabajo, además de los retos constantes en la vida, todos hemos fallado.
Nos han cerrado la puerta en la cara antes de poder ingresar. Pero lo importante es pasar a la siguiente. Salir con la cara en alto. Mantener la dignidad, no rebajarse al nivel del “oponente”. Porque no estaba en tu destino ese trabajo, esa pareja, ese amigo o esa audición. No era parte de tu crecimiento.
Ninguna de las dos partes está totalmente bien o totalmente mal, nada más es cuestión de aprender, fortalecerse. No rendirse. El momento perfecto llegará. Solo es cuestión de seguir tocando puertas.Verán cómo, poco a poco, dependerán menos del aparato.