Buscando al rock mexicano (cuarta y última parte)

Con la intervención de la TV y la radio desde fines de los años 80 el rock empezó a lavar su mala fama, dejó de ser una música satanizada y se convirtió en una opción más a disposición de los jóvenes mexicanos
Xardiel Padilla Xardiel Padilla Publicado el
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Desde el principio, en México el rock siempre sonó a rock sin necesidad de explicaciones o aclaraciones. Pero a fines de los 80 ya se cocinaba un “rock“ con olores y sabores tan inusuales y diferentes, que a los viejos aficionados a esta música ya no les sabía a rock.

¿Qué tipo de música era eso que tocaban La Maldita Vecindad y Café Tacvba? ¿Debería considerarse grupo de rock a un combo que le daba mayor relevancia a las congas, timbales y saxofón, en vez de la guitarra distorsionada? ¿Y cómo clasificar a una agrupación que prescindía de baterista y lo suplía con una caja de ritmos?

Si a Álex Lora no le gustaban los Caifanes por no sonar lo suficientemente rocanroleros, probablemente para él fue una blasfemia bárbara cuando más tarde se mencionaba a La Maldita y Cafeta como los grupos renovadores de la escena del rock en México… ¡si ni siquiera tocaban rock!

La ruptura generacional fue muy brusca, porque además llegó acompañada de transformaciones sociales profundas, producto de la globalización tras la caída del Muro de Berlín.

Con la intervención de la tele y la radio, que todo quieren comercializar, desde fines de los 80 el rock empezó a lavar su mala fama, dejó de ser una música satanizada y se convirtió en una opción más a disposición de los jóvenes mexicanos. Y además, llegaron por fin los conciertos de las grandes estrellas internacionales, que antes sólo venían en raras ocasiones.

En este contexto, a partir de la última década del siglo pasado han surgido miles de bandas que en su ADN cargan información genética de aquellos predecesores que algo aportaron a lo que podríamos llamar “rock mexicano” (y no solo “rock hecho por mexicanos”).

Three Souls in my Mind (y El Tri), Botellita de Jerez, Tex Tex, Caifanes, La Maldita Vecindad y Café Tacvba, así como personajes que sólo mencioné de pasada en las entregas anteriores, como Jaime López y Rockdrigo González, en su conjunto son los cimientos de lo que vendría más adelante en esa misma línea de “rock con idiosincrasia nacional”.

Que tampoco es la cualidad distintiva del rock en México. En nuestro país, la mayoría de las bandas no busca, en ningún sentido, extraer de sus raíces el ingrediente diferenciador que les permita sobresalir del resto de los grupos del universo. Allí están los cromosomas, pero sólo muy de vez en cuando vemos una pincelada tricolor por aquí o por allá.

Y es que en un mundo cada vez más pequeño, naturalmente los músicos jóvenes se vuelcan en las tendencias globales para permanecer actualizados y colocarse a la vanguardia, pero también les puede matar los rasgos de verdad únicos.

Además, el malinchismo sigue siendo otro factor que juega en contra de la apreciación del rock con características propias. La idea –un dogma para muchos compatriotas– de que todo lo mexicano es de calidad inferior (¿incluidos ellos?), también afecta al rock, tanto que todavía numerosas bandas prefieren cantar en inglés.

Me remonto a los años 90 para el primero de los ejemplos que ahora ofrezco, de grupos que han dado continuidad a la noción de “rock mexicano”. No son los únicos pero sí significativos.

El Gran Silencio se dio a conocer en la escena nacional como parte de la estampida de grupos de Monterrey bautizada como la “Avanzada Regia”.

Aunque La Maldita Vecindad y Café Tacvba ya habían marcado el rumbo de la fusión que habrían de continuar muchas otras bandas, El Gran Silencio creó su propia ruta. En lo personal me parece la banda más original en la historia del rock en México, aunque si nos ponemos estrictos, el rock es sólo uno de los sabores que encontramos en su mezcolanza.

De Molotov podríamos decir que rescató, revitalizó y le dio mayor dimensión a la tradición lírica que data de los tiempos de Alejandro Lora, a la cual contribuyeron también Botellita de Jerez, Jaime López y otros letristas de gran tino y agudeza para retratar la vida cotidiana..

Como el Three Souls in my Mind o El Tri, Molotov es un grupo súper chilango cuyo ingenio letrístico, embonado en el sincretismo del rock y el rap, ha dejado huella en el país y más allá. El grito de “¡Viva México, cabrones!” se ha esparcido por el mundo gracias a este cuarteto.

Nunca Jamás es una banda mucho más nueva que las que he mencionado hasta aquí. El trío sonorense ha logrado la simbiosis que desde hace muchos años otros habían intentado sin demasiado éxito: la música norteña con el rock.

Cuando se salió de Botellita de Jerez, el guitarrista, cantante y compositor Sergio Arau lanzó “Sergio Arau y los Mismísimos Ángeles” (1989), álbum precursor de lo que tres décadas más tarde estarían haciendo los de Sonora. Otro antecedente, muy bueno en lo musical aunque un fracaso en términos comerciales, fue el disco del grupo Camelia Reyna, combinación poderosa de guitarras y baterías rockeras con acordeón y sentimiento norteño.

Hoy que la música regional mexicana se ha colocado como moda de alcance planetario, podría ser el momento de Nunca Jamás. No hay otro grupo de rock en México que guarde una cercanía tan natural con esa tendencia, tanto así que el año pasado realizó una intensa gira por Estados Unidos como abridor de Christian Nodal.

Si no conocen a esta banda que fusiona acordeón y tuba con rock guitarrero, además de letras con acento noroestense, la recomiendo ampliamente; su popularidad seguirá creciendo porque además es una agrupación que trabaja muy duro y ofrece buenos shows; a Nunca Jamás aún le falta posicionarse en el resto del país, pero en su estado natal ya goza de estatus de estrella.

El último caso que voy a exponer es el de Cemican. El metal es particularmente difícil para quien desee incorporar sus valores culturales en la propuesta artística; el género ofrece escaso margen para innovar y casi no admite variantes o influencias externas que rompan con los cánones establecidos.

Pero Cemican le dio la vuelta al patrón de conducta de casi todas las bandas de metal latinoamericanas: en vez de imitar o adoptar los códigos y las referencias de los grupos estadounidenses y europeos, la banda mexicana desenterró sus raíces ancestrales para mostrarlas con orgullo.

Mientras cientos de otras bandas quieren hacerse pasar por vikingas, sobre el escenario Cemican personifica guerreros aztecas, hace sonar caracoles de viento y ha montado un show que incluye “sacrificios” humanos. Supongo que en Europa, donde ya ha ido a tocar en varias ocasiones, el público está aburrido o harto de rubios nórdicos de ojos azules, de allí la gran aceptación de Cemican.

Hasta aquí llega mi breve crónica del “rock mexicano”, ese rock que en ningún momento podría ser obra de bandas de otros países. En muchos casos, los extranjeros ni siquiera entienden este rock tan nuestro.

Por supuesto, me faltaron protagonistas que también han sido valiosos. ¿Tal vez Charly Monttana, “el novio de México”? O qué tal bandas de relevancia regional como Cabrito Vudú en Monterrey y La Santísima Voladora en Aguascalientes… Quizás en otro momento exploremos otros ángulos del “rock mexicano”. Que sirvan estos cuatro artículos como una aproximación inicial.

 

Correo: xardiel@larocka.mx

 

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