Mi amigo Ray, un renombrado médico, me platicó hace algunos años que había comprado un vehículo compacto de una marca europea que recién regresaba a México. Estaba muy contento.
Como a la semana presenta una falla. Raudo y veloz se dirige a la agencia y le dicen: “no es nada, simplemente un pequeño ajuste”. Pasan los días y… más fallas. Por azares del destino se entera de que acababan de nombrar director general de esa marca a un compañero de la preparatoria. Sin demora lo busca y le platica todo lo sucedido.
Como era de esperarse, lo buscan ipso facto y mandan por el auto a su consultorio, jurándole amor eterno y una pronta solución… tan pronta que tardó ¡tres semanas! Finalmente le entregan su carcachita, diciéndole que había quedado mejor que nueva y que le otorgaban un servicio gratuito por tanto inconveniente.
¿Fin de la historia? ¡No! Quince días después nuevamente se descompuso. Busca a su cuate quien le contesta: “Mira Ray, te aconsejo que lo vendas…”. Aunque usted no lo crea.
Cada vez que avanza la tecnología hay un retroceso brutal. Y hablando de lo que cuesta un auto nuevo —que son cientos de miles—, debería existir una garantía absoluta, la cual consistiera en que te cambien el vehículo o te devuelvan lo pagado. Pero ni una ni otra. Es el colmo de los colmos.
Como muchas veces pregunto: ¿y la autoridad? De verdad nos encontramos en un estado de indefensión casi absoluto. Acabo de exponer el caso de un producto muy costoso como lo es un automóvil, pero lo mismo sucede con telefonía móvil, computadoras y todos los chunches de electrónica, además de que también pasa en tiendas físicas y digitales y muchos otros lugares más. Los pobres consumidores nos tenemos que quedar con el entripado de ver cómo nos pintan la cara de tarugos en nuestra propia nariz. No es la primera vez que señalo este tipo de tropelías… ni será la última…
Vuelvo a la carga con la cantaleta de que somos nosotros los que tenemos la solución en la mano: castigar a los comerciantes abusivos dejando de comprar. De verdad, el poder lo tienen los dueños de los billetes, osease, los que pagamos. No lo echemos en saco roto, hagámoslo valer, pues es claro el contubernio con los gobernantes en turno.
Si lo que compras no satisface al mil por ciento tus expectativas, quéjate, denuncia y actúa. Esta es la única forma de reducir el permanente abuso de unos cuantos sátrapas filibusteros.
He dicho.
Recuerda que “No es más rico el que gana más, sino el que sabe gastar”.