Hablo de dos casos connotados; uno en México y el otro en Rusia, dos países que ya vivieron su propio estilo de dictadura. El primero pasó de la famosa “dictadura perfecta” a una suerte de alternancia imperfecta. Y Rusia, de un modelo económico de planificación estatal propio de un sistema comunista, a uno liberal de capitalismo salvaje.
Me refiero al caso de Carmen Aristegui en México, y al del grupo punk feminista Pussy Riot en Rusia. Al menos en lo que respecta a los más recientes acontecimientos públicos de ambas, su bandera es la misma.
La periodista mexicana ha sido fustigada; las artistas rusas, sentenciadas; las dos por el mismo delito: expresarse de manera independiente y sobre todo, crítica.
Y es que la pregunta incómoda que hizo Carmen Aristegui al aire en febrero del 2011 (“¿Tiene o no problemas de alcoholismo el Presidente?”) y el ahora escandaloso rezo anti-Putin de las Pussy Riot en la Catedral de Cristo Salvador en Moscú –la iglesia ortodoxa más alta del mundo– son expresiones de ese derecho humano fundamental.
En México, Aristegui rechazó pedirle disculpas al presidente por la pregunta. En Moscú, las Pussy Riot, igual. A través de su abogado, literalmente dijeron: “que (Putin) se vaya al infierno con su perdón”.
El nombre y la reputación de Aristegui fueron puestos en entredicho pero ella sigue libre. MVS, la empresa que la emplea, la ha protegido, al menos hasta ahora. Ella sigue al frente de su escuchado programa de radio que todas las mañanas marca la agenda periodística del país.
Otra suerte ha corrido el grupo feminista punk ruso.
Desde el pasado 17 de agosto, tres de sus integrantes, Nadejda Tolokonnikova, de 22 años, Yekaterina Samutsevich, de 30, y Maria Alejina, de 24, sirven una sentencia de dos años de prisión. Su canción anti-Putin del pasado 21 de febrero fue considerada “vandalismo” y una “ofensa a los sentimientos religiosos de los ortodoxos”.
El caso de las jóvenes ha provocado una reacción de condena a nivel mundial, sobre todo en Occidente. Casi sin excepción, los expertos califican la decisión como exagerada.
“La sentencia es desproporcionada”, comentó a través de Twitter, la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Catherine Ashton.
“Estamos llamando a las autoridades rusas para que reconsideren el caso y aseguren el derecho a la libertad de expresión”, expresó por su parte en un comunicado, la portavoz del Departamento de Estado norteamericano, Victoria Nuland.
Cierto. En Rusia, la opinión pública está dividida entre los que denostan la acción de las jóvenes como un “sacrilegio” y los que las consideran inocentes. Y hay quienes aseguran que Occidente solo ve la paja en el ojo ajeno.
“Todos los países de Occidente tienen penas similares para este tipo de vandalismo”, aseguró la analista política de la televisión rusa Conchetta Dellavernia sobre las críticas extranjeras contra la decision del tribunal de su país.
Posiblemente Dellavernia tenga razón, lo que no significa que si lo hace Occidente esté bien hecho.
En todo caso, además de haber encendido “la llama de la revolución” en Rusia –dicen las Pussy Riots– el caso ha tocado un punto neurálgico que en México conocemos bien, y que preocupa a muchos con la llegada de un nuevo gobierno: ¿habrá respeto por la crítica en el “nuevo” PRI? ¿o regresará esa nube negra dictatorial que hoy simboliza esta decisión en la Rusia de Putin?