Es cierto que Andrés Manuel López Obrador es el presidente electo, pero no es el presidente en turno, hasta que no sean las 00:00 horas del primero de diciembre de 2018.
López Obrador podrá gozar, no solamente de los informes secretos de las instituciones de seguridad, sino también fungirá su cargo como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. En ese sentido, lo que pase de aquí al primero de diciembre, no tendrá que ver con AMLO, pero sí lo representará. El caso en específico es la venta de los misiles Sea Sparrow, que está haciendo el gobierno de Estados Unidos a la Marina Mexicana, para colocarlos en sus buques más modernos, desarrollando así los sistemas de defensa de la Fuerza Aérea Mexicana.
El problema está en que nunca habíamos gozado de tal satisfacción y de tal lujo. Ahora contaremos con misiles mar-aire, por primera vez en la historia de la República -y eso no sé si sea bueno o no- pero el costo de 41 millones de dólares no es nada en comparación de lo que están haciendo el resto de los países de Latinoamérica.
Es por eso que, cuando critican la compra, o por lo menos la intención de compra que tiene el Gobierno Mexicano, para estos sistemas de defensa, se me hace algo contradictorio, con respecto al proyecto de nación que tiene Andrés Manuel López Obrador.
Si él es consciente o no de la compra, no importa mucho, lo que importa es que esté de acuerdo con la compra. Si algo es seguro, es que por lo menos desde hace 10 años, la Marina Armada de México ha querido desarrollar sus sistemas de defensa, especialmente los aéreos y los de misiles.
Hace siete años, la Marina Armada de México tuvo la intención de comprar una flota de naves sukhoi, a los rusos, para reforzar el sistema aéreo mexicano, en el sector naval.
No es que la Fuerza Aérea Mexicana no tenga el control, ni hubiera podido desarrollar el suyo. Sin embargo, las condiciones para que la Marina pudiera comprar estos artefactos era más sencillo. Aún así, con todo el cariño que el Tío Sam le tiene a la SEMAR, le bloqueó esa compra.
Ahora le está facilitando la compra de estos sistemas de defensa, mismos que son prioritarios, para salvaguardar, por lo menos, la zona estratégica del Pacífico, que es donde al Tío Sam y a México les convendría más. Más allá del NAFTA, tenemos algo que se llama: Tratado Transpacífico de Cooperación Económica, que es el tratado, en el cual se disputan los intereses estratégicos, que van más allá del intercambio de aguacate, hasta el de armas estratégicas.
Hoy más que nunca, México, a pesar de donde ha estado parado en los últimos años, en materia geopolítica, debe entender que a partir del nuevo gobierno, estar bien posicionando a nivel defensa es estar bien parado a nivel mundial.
No es que seamos o representemos una amenaza ante el mundo, sino que tenemos el derecho de exigir mejores condiciones comerciales y geopolíticas. Para poder sobrevivir en un mundo globalizado, en el que los intercambios comerciales y de intereses, no sólo se midan en las redes sociales o en la web, debemos seguir dándole importancia a los intercambios, estirones y ‘aflojones’ que se dan en los mares internacionales.
Yo aplaudo que el gobierno mexicano, el saliente, el de Peña Nieto y el del Almirante Soberón, se atrevan a hacer dicha petición, para que en el proyecto de egresos de la Federación de 2019, se pueda suscitar en el evento de etiquetar ciertas condiciones económicas, para hacer la compra de estos artefactos. Eso significa que, no nada más México está dispuesto a comprar, sino que Estados Unidos está dispuesto a venderlos, que es lo más importante.
Eso significa que sí estamos atorados en un tema comercial, como es el automotriz. Aunque estamos avanzando en un tema fundamental, como lo es el de defensa, en el cual se derrama igual de dinero e intereses.
Lo mejor que podría hacer el Gobierno entrante, el de AMLO -quien ya designó al próximo secretario de la SEMAR- es aceptar las condiciones de la compra, apoyarla y decidir que podemos ir más que por unos simples misiles mar-aire. Podemos ir por la próxima flota de la Fuerza Aérea y así consolidarnos como una fuerza militar y geoestratégica, en el territorio latinoamericano. Al tiempo.