Las barras desatan debates, inspiración, anécdotas y más chistes que netas. Es fascinante el hecho de charlar y desde hace mucho ha sido así, y esperemos que un día se logren tantas voluntades, iniciativas, decretos y las soluciones más obvias para todo mal gubernamental – ¡pero a como vamos el futuro no florecerá y la idea de conquistar el mundo se disuelve, como cuando descargas el exceso de líquidos antes de abandonar el lugar o retirarte al hogar o a continuarle en otro bar- ¡Como ño!
Del humor y las ondas conspiranoides a la realidad solo hay un tarro o una copa, y con esa brindamos por el shock político, májico y musical. Al menos es el toque que pretende esta loquera: incentivar la reflexión; mera cualidad del animal político moderno, aunque cause escozor.
Pero como nunca se logra nada, lo chingón sería tener políticas públicas motivadas como estas tesis etílicas para la buena y sana diversión, porque la onda es repetir, divertirse y no morir.
Por la poli, por el desdichado o por el pesar personal del prójimo –da igual, de todos modos, a nadie parece importarle.
Y así es el ciclo: la política en el bar es para detonar las ideas y ponerlas en marcha, porque no hay ideas malas, sino que la onda es debatirlas, someterlas al lobby de la práctica política. Es decir: cómo lograr beneficios sociales con las inversiones correctas, con los ejecutantes correctos y la transparencia mínima necesaria.
Es de replantearse: ¿qué aporta o qué tan seguro hacen las administraciones municipales por nuestro sano esparcimiento y diversión nocturna?
¿Hasta dónde llega la corresponsabilidad de gobernado/gobernante? ¿Esto merece estar en la agenda de alguno de esos consejos disfrazados de intereses “sociales” simulados por encima de los ciudadanos?
¿Cómo nos vamos a divertir, si no tenemos autoridades que nos garanticen la diversión nocturna? Y no me refiero a que nos cuiden sino a que nos dejen ser, sólo es cuestión de que pongan las facilidades.
Porque hay estacionamientos ridículamente costosos y parquímetros sin garantía de seguridad, autoempleados que si no les completas lo similar al cajón privado, te insinúan que podrían distraerse; pero que si lo gratificas estará segura tu nave. El caso es que la extorsión es como un absceso crónico que se exprime, pero no se desinfecta.
Se insiste: la diversión y el desmán debe ser sano, se trata de repetir. La gobernabilidad es mantener la seguridad y protección de la ciudadanía que busca divertirse, sana o insanamente. El objetivo primordial es garantizar la seguridad. No a la represión que en la mayoría de las veces es desmedida y recaudatoria en lugar de preventiva.
Otra área de oportunidad esbozada en la tercera pinta es el traslado seguro de ida y vuelta al hogar –¿por qué suspender el servicio de Metrorrey durante los fines de semana? ¿Por qué no implementar un horario más versátil que resuelva esta situación de viernes a domingo por la noche, con servicio garantizado y económico?
Incluso el servicio más personalizado como es el de taxis y aplicaciones no tan reguladas y ajustadas para la economía del noctámbulo que busca diversión; las dinámicas deben ser replanteadas, el algoritmo es perverso.
Instalar un módulo de emergencias médicas o mínimo una ambulancia de tantas privadas que sobran para concesionar, y con esto se amplía la garantía de seguridad. ¿Por qué tiene que ser vigilar y reprimir?
El multiinstrumentista John Paul Jones fue quien le dio el toque enérgico para sacar adelante el álbum y seguro debió haber sentido en esos años el desmoronamiento grupal; lo mismo que acongoja y aturde a quienes deslumbran las buenas ideas con el ímpetu de mejorar la vida urbana; la situación como metáfora de la historia de esta canción que ni Page ni Plant se interesaron por tocarla en vivo en aquella gira por Norteamérica en el ´80, tal como las buenas ideas, sentir relación por ambos: intransigentes como quienes toman las decisiones alejadas pero dirigidas hacia el beneficio personal por encima de quienes disfrutan de la vida nocturna del área metropolitana.
Carouselambra de la octava producción, “In through the out door” de Led Zeppelin lanzada en el 78, consta de tres secciones tal como el trienio administrativo municipal: comienza enérgica y fascinante como el rock progresivo de los más puristas del género… Tal como el primer año. La segunda parte de la canción va descendiendo velocidad y dejándose llevar por lo bluesero dramático, para cerrar la tercera parte a manera de trasbordo hacia el desenlace melódico saltarín con su caos mediático: como este B-Side o track oculto: amado por unos pocos y desconocido para muchos. Caray, ese sentimiento de inacción no a todes les importa.
Mientras tanto: sube el volumen y ¡brindemos por la siguiente ronda!
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