50 aniversario de la fundación de la colonia Tierra y Libertad / Parte 2

La tierra es de quien la trabaja en el campo, y en la ciudad de quien la necesita. Y así bien lo hicieron los primeros pobladores de la colonia Tierra y Libertad en el Monterrey de 1973
Arturo Fernández Cisneros Arturo Fernández Cisneros Publicado el
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“A desalambrar, a desalambrar”, los fundadores y sus contingentes cantaban en ritual aquella letra compuesta por Víctor Jara allá por el 69, cantada después por otros intérpretes en aquellas frías noches primaverales del 73 a capella por la tamaulipeca a la que ya se hizo referencia.

Rompiendo las cercas de oxidadas púas, traspasando el terreno para izar las banderas rojas. La tierra es de quien la trabaja en el campo, y en la ciudad de quien la necesita. Y así bien lo hicieron.

Las Asambleas eran los órganos centrales que cada colonia ensamblaba a plata abierta y sin documentos de autentificación, así que los cargos, las funciones y responsabilidades que se asignaban iban de acuerdo con las diferentes habilidades de los primeros pobladores, con todo y su cultura y forma de entender el derecho; algunos hasta con la onda de la teología de la liberación, se organizaban hasta las guardias y patrullajes comunitarios. Todo en auténtica democracia comunal.

Darle poder a la gente a través de estas alineaciones horizontales organizacionales, más la motivación de la misiva -si Guevara pudo, nosotros también podemos- eran los ánimos que se daban unos a otros, de ahí la auténtica participación concejal y de trabajo comunitario duro y mixto.

Otra particularidad de este movimiento fue la adaptación de los sábados comunistas de Lenin, que tropicalizado acá, les fueron llamados “los Domingos Rojos”. Imagínese el sacrificio en estas jornadas dominicales cuando la gente trabajaba de lunes y hasta el mediodía del sábado y remata con el primer día de la semana a seguir usando sus manos y con las escasas e improvisadas herramientas y conocimientos que forjaron el carácter de los primarios pobladores.

Mexicanos de todas las edades que compartían los mismos objetivos naturales y obvios para medio vivir: tener un terreno y que tuviera agua, aunque no fuera potable; drenaje aunque no estuviera conectado a las redes de la ciudad; electricidad, educación y salud ante la ignorada y negativa voluntad y empatía política de los gobiernos federal, estatal y mucho menos municipal. La burocracia vociferaba: “ahí es el basurero y que se aguanten”. Así los bateaba el mismo gobierno opresor de la época, usando la disque soberanía convertida en acoso policiaco y con la intervención, por lo menos durante dos años, de la proto Guardia Nacional. Curioso, ¿no?

Como en todo movimiento social, hubo intentos de gandallismo como antes y como lo es y cómo será siempre; para reducir las posibilidades a esos disque migrantes en las Asambleas se decidía invitarles a vivir un par de semanas acoplándose a las labores comunitarias, usando las mismas letrinas, comiendo los mismos alimentos, cohabitando con los desperdicios, piojos, moscas y garrapatas. Claro, también adoptando las nuevas costumbres. La gente propietaria de un terreno en la ciudad veía la posibilidad de obtener uno más junto a la bola de invasores, sin embargo no prosperó porque exhibían su ruin y mezquina manera de amarrarse un lote de tierra a costa de los que verdaderamente lo necesitaban, como los que ya se estaban construyendo con sacrificio, palos, mantas, láminas y desechos de la urbe. Y no ser lo que aparentaban necesitar.

La rebeldía se vuelve contagiosa, cuando un derecho no es legitimado; Víctor Jara usó sus cánticos como proyectiles dirigidos, motivando a unos y sembrando miedo en otros. La eterna y arcaica lucha de clases, en su ciclo natural de la gobernabilidad o supremacía, oposición de la natural e imparable evolución humana.

¡A desalambrar, a desalambrar! Víctor Jara, 1969

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