Xenofobia y racismo en EU
Como aprendí durante los 25 años en que cubrí el tema desde su epicentro —en ciudades tales como Phoenix, Dallas y San Diego— sin racismo ni xenofobia, no habría debate.
Rubén NavarreteComo aprendí durante los 25 años en que cubrí el tema desde su epicentro —en ciudades tales como Phoenix, Dallas y San Diego— sin racismo ni xenofobia, no habría debate.
Así es como se divide el diagrama: de toda la ansiedad y animosidad que experimentan los estadounidenses por la inmigración, 10 por ciento se debe a la inquietud por la seguridad fronteriza; 10 por ciento, al temor de que los inmigrantes cometan delitos; 10 por ciento, a la rabia por los beneficios que reciban; 10 por ciento, al temor de que no se asimilen y 10 por ciento, a que causen cambios demográficos.
El otro 50 por ciento es por racismo y xenofobia.
Los estadounidenses casi siempre desprecian a los inmigrantes por considerarlos inferiores a los que ya están aquí.
Así era cuando Benjamin Franklin, un inglés, sacudió su puño ante inmigrantes alemanes, a mediados del siglo XVII, declarando que “nunca adoptarán nuestro idioma ni costumbres, de la misma manera en que no adquirirán nuestra tez”.
Y cuando se criticaba a los inmigrantes italianos por ser presuntamente no instruidos, sucios y —no es una broma— oler a ajo.
Y cuando, en una encuesta de opinión pública de 1938se calificó a los inmigrantes judíos como “codiciosos”, “deshonestos” y “agresivos”.
Hoy, el blanco es, a menudo, los inmigrantes latinos quienes –según los sitios Web supremacistas disfrazados de salones intelectuales– por arte de magia, privan de puestos de trabajo a los estadounidenses y al mismo tiempo se quedan en casa y cobran seguro de desempleo.
Pero también quieren no tener nada que ver con la ciudadanía, lo cual también es un problema.
Los inmigrantes latinos hacen de todo —desde criar a nuestros hijos hasta limpiar ventanas de rascacielos— pero, aún así, en lo que respecta a muchos norteamericanos, no pueden hacer nada bien.
Somos una nación de inmigrantes a la que nunca le han gustado los inmigrantes.
Aún así, uno pensaría que un investigador con un doctorado de Harvard sería suficientemente listo para camuflar su racismo y su xenofobia.
No ocurrió eso con Jason Richwine, quien hasta hace poco ocupaba el puesto de analista en la conservadora Heritage Foundation.
Con la intención de atacar la propuesta de ley para una reforma migratoria que conferiría categoría legal a millones de inmigrantes ilegales, Richwine fue uno de los autores de un estudio categóricamente desprestigiado, que decía que esa legislación costaría a los contribuyentes estadounidenses unos 6.3 mil millones de dólares, en el curso de los próximos 50 años.
Lo que causó problemas a Richwine fue la revelación de que, en su disertación de 2009 en Harvard, sostuvo que los hispanos eran menos inteligentes que los blancos.
Richwire no sostuvo que los inmigrantes hispanos eran intelectualmente inferiores a los estadounidenses blancos, lo que ya hubiera sido bastante inapropiado. Persiguió también a sus descendientes.
Escribió : “Los inmigrantes que viven en EU hoy no tienen el mismo nivel de capacidad cognitiva que los nativos.
“Nadie sabe si los hispanos alcanzarán alguna vez una paridad de cociente intelectual con los blancos”. © 2013, The Washington Post Writers Group