La niña hondureña, de siete años y rodeada de extraños en horas de la madrugada, estaba decidida a mantener el paso de los otros migrantes que se dirigían a la frontera con Estados Unidos.
Su padre, según le dijo a un periodista de la Associated Press, había recorrido México con ella en autobús durante 22 días y se regresó a su país después de dejarla en manos de un joven que la iba a ayudar a cruzar el río Bravo y llegar a Texas.
“Me dijo que siguiese sola y que me cuidase”, contó la pequeña.
No está claro qué sucedió con el hombre que se debía hacer cargo de ella, pero la niña se unió a un grupo que se dirigía a la frontera y se fue con ellos. Caminaron un domingo por la noche por el valle del río Bravo (Grande en Estados Unidos).
Las temperaturas bajaron a cerca de 10 grados centígrados (55 Fahrenheit) y la niña lucía una chaqueta amarilla con dibujos animados de trenes y un tapabocas negro para protegerse del COVID-19.
La AP no identifica a la niña siguiendo una práctica por la cual no usa los nombres de menores sin el consentimiento de sus padres. No fue posible conseguir la identidad del padre.
Pero su odisea ilustra los extremos a los que llegan los padres para que sus hijos puedan llegar a Estados Unidos, incluso si esto significa que los dejarán solos en la parte más peligrosa del trayecto.
Estas decisiones desesperadas plantean un serio dilema al gobierno de Joe Biden, que trata de restablecer un sistema de asilos ordenado: En sus esfuerzos por actuar con mayor humanidad para proteger a los menores que viajan solos, se corre el peligro de poner más niños en situaciones peligrosas.
Casi 9.500 menores llegaron a la frontera en febrero, un 60% más que en el mes previo. El gobierno se afana por contar con nuevas instalaciones para alojarlos y por acelerar los procesos para ubicarlos con parientes que viven en Estados Unidos. La municipalidad de San Diego dijo el lunes que usaría su centro de convenciones para albergar a niños migrantes por un promedio de entre 30 y 35 días.
La niña pudo llegar a Estados Unidos. Otra migrante hondureña, Fernanda Solís, de 25 años, dijo que le encontró llorando en un camino de tierra al norte del río Bravo después de la medianoche, mientras un helicóptero sobrevolaba la zona y los agentes fronterizos les hablaban a los migrantes por un altavoz.
Solís trató de consolar a la pequeña, que tenía frío, hambre y sed. Le dijo que caminarían juntas y se entregarían a los agentes de la Patrulla Fronteriza, para luego pedir asilo.
La niña fue ganando confianza mientras caminaban por una ruta muy usada por los migrantes centroamericanos. Respondía preguntas con soltura. Dijo que cumplirá ocho años el mes que viene, que debería estar en el tercer grado, pero no pudo completar el segundo por la pandemia.
Marchaba decididamente hacia un país en el que no conoce a nadie, solo a un familiar que vive en Carolina del Sur.
“Es una niña muy valiente”, dijo Solís.
La pequeña comentó que el padre no tenía dinero como para cruzar la frontera con ella.
“Perdió su empleo”, señaló.
Solís dijo que la niña le comentó que el padre había tratado de cruzar la frontera con ella hacía poco, pero que fueron expulsados y enviados a Reynosa, México, en base a poderes especiales invocados por el gobierno de Donald Trump durante la pandemia. Biden no ha descartado esos poderes.
“La niña me dijo que trataron de cruzar juntos, pero que los devolvieron. Esta vez él la mandó a ella sola para que se entregase” a las autoridades, expresó Solís.
Un juez federal suspendió las expulsiones de menores no acompañados en noviembre. Para entonces el gobierno de Trump había expulsado a al menos 8.800 menores. Un tribunal de apelación integrado por tres jueces designados por Trump dictaminó en enero que se podían reanudar las expulsiones, pero Biden decidió entregar a los menores a parientes que viven en Estados Unidos, con citas para presentarse en tribunales de inmigración.
La niña hondureña se entregó al servicio de Aduanas y Protección Fronteriza. Ese organismo no respondió a pedidos de información acerca de lo que sucedió con ella.
Su historia se hizo muy popular en la frontera. El domingo un salvadoreño se acercó a un periodista y le preguntó si su hija de 13 años podría quedarse en Estados Unidos si cruzaba la frontera sola.
“Los padres dicen, ‘nosotros no podemos cruzar. Hay que ser realistas. Pero si mandamos al niño al puente y cruzan solos, tendrán que recibirlos’”, comentó Jennifer Harbury, activista defensora de los derechos humanos de Texas.