Hace diez años se encendió la chispa que detonó la última revolución que ha visto el mundo, La Primavera Árabe. A mediados de diciembre del 2010 en la ciudad de Sidi Bouzis, Túnez, se inmoló el vendedor ambulante Mohamed Bouazizi como protesta tras ser despojado por la policía de sus mercancías y ahorros.
Su muerte ocasionó que miles de tunecinos protestaran contra las malas condiciones a las que estaban sometidos y provocó un efecto dominó en el resto de naciones del Medio Oriente y del norte de África.
A diez años de distancia varios gobernantes fueron derrocados como Hosni Mubarak en Egipto; Muamar Gadafi en Libia y Alí Abdalá Salé en Yemen. Otros más se aferran al poder como Bashar al-Ásad en Siria.
En la actualidad, la esperanza de que la Primavera Árabe instauraría nuevos gobiernos que traerían cambios y justicia social se va desvaneciendo, en su lugar quedan más guerras, violencia, represión y miles de muertos.
“La Primavera Árabe trajo repercusiones muy negativas, todavía vemos muchas de sus consecuencias de conflictos que parecen no tener fin como en Siria que ya van nueve años, el caso de Egipto que pese al esfuerzo democrático hubo un golpe de Estado orquestado por los militares y se regresó a un régimen todavía más autoritario, en Yémen donde se han metido una serie de conflictos externos y Libia donde tras el derrocamiento de Gadafi ha habido un vacío de poder”, comenta Alonso Zamora, especialista en temas de África y catedrático del TEC de Monterrey y la Marina.
En cuanto a lo positivo, Zamora señala que las movilizaciones sociales cambiaron la percepción que se tenían de esas regiones y la mayor lección fue que los jóvenes lucharon y dirigieron las protestas con la utilización de las plataformas digitales y redes sociales pese a la represión en sus países.
“Ya se había cumplido un ciclo, los gobernantes tenían ya mucho tiempo en poder, ya no había identificación con los jóvenes porque eran líderes que habían llegado con muchas promesas de progreso y no cumplieron porque llegaron con la Guerra Fría, con financiamiento de Rusia o Estados Unidos y ya en un contexto de globalización no pudieron cumplir las expectativas.
“Hubo un choque ideológico, porque los líderes no se adecuaban a la nueva realidad y eso sumado a la corrupción de las elites políticas, la pobreza, la desigualdad y el desempleo, fue el caldo de cultivo perfecto, el escenario ya estaba listo”, agrega.
Para el especialista, estamos lejos de ver el final de la Primavera Árabe, ya que los fuegos lejos de apagarse se avivan en nuevas zonas.
“La Primavera Árabe fue un fenómeno mundial y todavía se habla de una segunda oleada de protestas árabes, como la del año pasado en Argelia, en Sudán y Marruecos. Hay que estar atentos”, concluye.