Rachel Crooks es una mala víctima al modo que explica la profesora argentina Leonor Silvestri o la escritora francesa Virginie Despentes. No se esconde, no se avergüenza. Sabe que es su derecho denunciar la agresión sexual que sufrió por parte de Donald Trump en 2006. No le teme al escrutinio al que son sometidas las personas que viven violencia de este tipo y pregunta en todo momento si realmente la están escuchando.
El movimiento #MeToo ha retomado la discusión sobre abusos sexuales, pero Crooks, de 35 años, sabe que el nuevo ambiente de denuncia en Estados Unidos no ha ayudado a que todos las agresores sean castigados. Nadie ha movido un dedo para sancionar al presidente de Estados Unidos después de que el año pasado fue acusado por diecinueve mujeres de cometer agresiones sexuales contra ellas. Ante esto, Crooks anunció que competirá como candidata demócrata para ocupar un escaño en la Cámara de Representantes de Ohio. Su objetivo es lograr que las personas de su estado comiencen a escuchar a las víctimas de violencia sexual.
Crooks ha hablado públicamente sobre la agresión que sufrió desde que la describió por primera vez en un correo electrónico a The New York Times antes de las elecciones de 2016, en las que fue ganador Trump.
La ahora candidata trabajaba como secretaria en una firma de inversiones en la Torre Trump cuando fue abusada por el republicano. El 11 de enero de 2006, el actual presidente estaba esperando el ascensor cuando Crooks quiso presentarse porque Trump era socio en la empresa en la que ella laboraba.
Extendió su mano para presentarse como socia comercial. En ese momento, Trump empezó a tocar su cuerpo y besarla en las mejillas mientras le preguntaba de dónde era o si quería ser modelo. Después besó sus labios sin soltar una de sus manos. Pasaron algunos días y Trump se acercó a su oficina para pedirle su número telefónico con el pretexto de contactarla con una agencia de modelos. Ella tenía 22 años y él 59.
En todas las ocasiones en que Crooks ha descrito la agresión que sufrió, Trump lo niega. Después de que la candidata narró esa situación de abuso para el diario The Washington Post el pasado 19 de febrero, el republicano publicó un tuit en el que mencionó que todo se trataba de una mentira.
“Una mujer que no conozco y que, por lo que recuerdo, nunca conocí en persona está en la por tada del medio de noticias falsas The Washington Post diciendo que yo la besé (durante dos minutos) en el vestíbulo de la Torre Trump hace 12 años. ¡Nunca ocurrió!”.
Crooks no sólo ha tenido que lidiar con que Trump la acuse de mentirosa. Sus vecinos, desconocidos vía redes sociales y hasta su familia dudan de su historia o apoyan de forma incondicional al actual presidente de Estados Unidos.
Mucha gente la acusa de no ser la víctima ideal para alguien como Trump. La candidata cuenta para The Washington Post que en muchas ocasiones le han dicho que alguien como ella no merece ser agredida sexualmente por el republicano. Desconocidos la culpan de querer obtener dinero de Trump o la califican como una “vaca ignorante que busca atención”. También tuvo que lidiar con que su abuela, una mujer muy conservadora, hablara con admiración sobre el republicano o un supuesto amigo de la familia afirmara que ella mentía.
Estos comportamientos ante una persona que fue abusada son comunes. La profesora y activista argentina Leonor Silvestri dice en sus talleres que dividir a las personas agredidas en buenas y malas víctimas es una práctica recurrente. Para ella las buenas víctimas son las que se comportan cómo espera la sociedad que alguien reaccione después de una agresión: con miedo, temor y fragilidad. También se tiene una idea universal de cómo tendría que ser alguien para convertirse en víctima de una agresión sexual: atractivo y vulnerable.
Al contrario, de acuerdo a Silvestri, la mala víctima es aquella que no tiene los elementos ideales para ser agredida, es decir, no es un ser deseable según marcan las normas sociales, pero sobre todo, es quien después de una acto violento de tipo sexual logra reponerse y buscar justicia.
Esta idea también está plasmada en el libro Teoría King Kong de la escritora francesa Virginie Despentes. Ella cree que en el caso de una violación, las mujeres no están obligadas a sentirse marcadas por el evento violento, en cambio, tendrían que continuar con su vida y demandar justicia.
Eso es justo lo que decidió hacer Crooks, quien después de darse cuenta que su versión no era escuchada y Trump se mantenía impune ante lo que le había hecho, comenzó a exigir justicia. En el camino se dio cuenta que no era la única que había sido agredida por el actual presidente de Estados Unidos, sino que había más de una decena de mujeres con una historia similar a la de ella.
A finales de 2017, Crooks acordó unirse a otras mujeres que acusaban a Trump de agresiones sexuales. Juntas participaron en entrevistas televisivas y conferencias de prensa en Nueva York. Se trataba de un llamado a la acción para exigir una investigación por parte del Congreso sobre la mala conducta del presidente.
En las conferencias de prensa, la candidata habló sobre su experiencia y compartió un video realizado por la casa productora Brave New Films. El video era una compilación que incluía el testimonio de 16 mujeres que culparon a Trump por acoso o agresiones sexuales. A estos casos después se sumarían otras tres denuncias.
Una de las mujeres acusó a Trump de agredirla en medio de un vuelo comercial después de que se conocieron como compañeros de asiento en 1970. Una periodista de la revista People dijo que Trump metió la lengua en su boca cuando terminaron una entrevista para un reportaje sobre su matrimonio con Melania. La lista de víctimas que levantaron la voz incluía varias mujeres que habían participado en los concursos de belleza de Trump y hasta su propia ex esposa, Ivana Trump.
Desde diciembre de 2017, ninguna de estas mujeres ha recibido una respuesta del Congreso porque Trump lo niega todo. No obstante, hay algunas pruebas que se suman a las declaraciones de las víctimas.
Existe una conversación grabada entre Trump y Billy Bush en un autobús a finales del 2005: “Me atraen automáticamente las mujeres hermosas. Sólo comienzo a besarlas. Es como un imán. Sólo beso, ni siquiera espero. Y cuando eres una estrella, te dejan hacerlo”.
A pesar de que muchos estadounidenses consideran que las mujeres agredidas por Trump quieren una compensación económica, Crooks dijo para The Washington Post que no quiere dinero.
Antes del ascensor
Crooks llevaba poco tiempo en Nueva York cuando fue agredida por Trump. Apenas se había mudado de su hogar en Green Springs en el verano de 2005 para buscar oportunidades en La Gran Manzana. Dejó su hogar para cumplir sus sueños: viajar a Europa, obtener un doctorado y trabajar en la industria de la moda.
Unas semanas después de graduarse de la universidad, convenció a su novio Clint Hackenburg para que se mudara con ella. Alquilaron una habitación en una casa barata y ella tomó el primer trabajo que pudo encontrar en Craigslist para pagar el alquiler. Es así como se convirtió en secretaria en la empresa financiera en la que conoció a Trump.
Diez meses después de mudarse a Nueva York, ya estaba de camino al Ohio rural debido, en parte, a la agresión del republicano.
No pensó su regreso como una tragedia. Compró una casa cerca de su familia y había comenzado una carrera que le permitía viajar por el mundo, pero también creía que una pequeña parte de ella nunca había regresado de Nueva York.
Pero esa herida que provocó Trump y que en un principio la avergonzaba tanto, la impulsó para postularse para formar parte de la Cámara de Representantes de Ohio. A principios de febrero, lanzó una campaña para convertirse en una representante de su estado, en parte para poder compartir su historia con los votantes y comprobar que ella es una mala víctima.