Comparar los festejos de este año con los de 2008 sería absurdo.
La primer victoria de Obama causó tanta euforia que las calles se inundaron de gente.
Ese noviembre las fiestas surgían en cada esquina, sin haberse planeado; a los ciudadanos los unía la alegría.
Pero en 2012, aunque el presidente reelecto de Estados Unidos recibió menos apoyo en las casillas, la fiesta sí llegó.
Miles de simpatizantes rodearon Times Square, esperando a que el color azul se elevara por encima del rojo.
Una vez que se supo de la victoria de Obama, los ahí reunidos festejaron con pancartas, banderas y coros unísonos.
El ¡Cuatro años más! también lo coreaban en Washington, frente a la Casa Blanca. Cientos celebraron sobre la emblemática Pennsylvania Avenue, y más de una hora después del anuncio continuaban las exclamaciones.
Incluso algunos jóvenes presumían que estaban ahí, aunque tenían clases temprano y no habían terminado con sus tareas.
En Chicago, al apoyo vibró más que en ningún estado.
Miles se congregaron frente al Centro de Convenciones McCormick Place, en espera de que Obama diera su discurso del triunfo.
Las fotografías de estos y miles de estadounidenses circularon en las primeras planas de los medios internacionales.
Y aunque la foto de Obama rodedo de confeti azul y rojo también ocupó los espacios principales, no fue la única.
La toma me recuerda a la imagen de la victoria de Enrique Peña Nieto en México, cuando papales verde, blanco y rojo invadieron el auditorio Plutarco Elías Calles.
Sin embargo, en México la historia del festejo fue diferente. Los Pinos, el Zócalo, el Ángel de la Independencia, estuvieron vacíos, en comparación de otros años.
En 2012, los fiesteros fueron los estadounidenses, no los mexicanos.