La fantasía del presidente

¡Dios me libre! si piensan que las cosas que los norteamericano quieren son enormemente contradictorias, o si se considera la posibilidad de que algunos problemas carecen de remedios fáciles, obvios y poco costosos.

Ésa no es la visión que Obama está ofreciendo. 

Tomemos dos ejemplos: pagar la jubilación de los baby-boomers, principalmente mediante el Seguro Social, Medicare y Medicaid; y responder al cambio climático. 

Robert Samuelson Robert Samuelson Publicado el
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¡Dios me libre! si piensan que las cosas que los norteamericano quieren son enormemente contradictorias, o si se considera la posibilidad de que algunos problemas carecen de remedios fáciles, obvios y poco costosos.

Ésa no es la visión que Obama está ofreciendo. 

Tomemos dos ejemplos: pagar la jubilación de los baby-boomers, principalmente mediante el Seguro Social, Medicare y Medicaid; y responder al cambio climático. 

Sobre los baby-boomers, Obama dijo: “Rechazamos la creencia de que Estados Unidos debe escoger entre cuidar a la generación que construyó este país e invertir en la generación que construirá su futuro.”

O respecto al cambio climático: “Responderemos a la amenaza del cambio climático, sabiendo que el no hacerlo traicionaría a nuestros hijos y a generaciones futuras”. 

Contra esta vehemente retórica se yerguen sobrecogedoras realidades. 

Por supuesto, hay conflictos entre los jóvenes y los viejos. 

En 2000, había 45 millones de beneficiarios del Seguro Social; para 2025, la Administración del Seguro Social proyecta esa cifra en 79 millones.

Pagar a los jubilados es la mayor fuente de gastos federales. 

En 2012, el Seguro Social (762 mil millones de dólares) excedió los gastos de Defensa (651 mil millones de dólares) en un 17 por ciento; Medicare y Medicaid juntos (720 mil millones de dólares) también sumaron más que Defensa (dos tercios de Medicaid va a los ancianos y minusválidos). 

Excluir estos programas de recortes presupuestarios aún modestos —como Obama parece inclinado a hacer— impone enormes costes sobre los jóvenes. 

No hay una manera honesta de evitar estos conflictos, pero Obama finge que no existen.

En el cambio climático, la dificultad es mayor. Los ecólogos sostienen que las emisiones de los combustibles fósiles deben reducirse entre un 50 y 80 por ciento para mediados de siglo, a fin de evitar un catastrófico calentamiento. 

El problema es que no hay una manera plausible de lograrlo sin, en efecto, cerrar la economía mundial. 

Bajo las normas actuales, la Agencia Internacional de Energía pronostica que la demanda de energía mundial se elevará un 47 por ciento entre 2010 y 2035, y el aumento de las emisiones de anhídrido carbónico —el mayor gas de invernadero— será casi igual. 

Se proyecta que las emisiones de CO2 en Estados Unidos se mantendrán aproximadamente igual para 2035.

Eero incluso si cayeran agudamente, los declives no contrarrestarían los incrementos en otras partes del mundo. 

La política del cambio climático es terriblemente difícil. A menos que se produzcan importantes descubrimientos tecnológicos, influir en el cambio climático parece difícil, si no imposible. 

Actualmente, no existen suficientes alternativas prácticas para los combustibles fósiles. 

Por otra parte, ¿por qué los norteamericanos están tan desilusionados con la política? Un motivo es que nuestros líderes —y esto se aplica a ambos partidos— a menudo crean narrativas que parecen optimistas y convincentes sólo porque están completamente divorciadas de la realidad. 

Estas fantasías trascienden los gestos retóricos de rutina y las exageraciones y simplificaciones. Pero tarde o temprano, las realidades se afirman. 

El pueblo comprende que lo han engañado. Se siente traicionado; se produce una reacción negativa. 

La tarea del presidente no es meramente inspirar. Es principalmente, informar y después crear políticas basadas en esa comprensión. 

Barack Obama está tan seguro de su poder retórico que viola ese auto-freno. 

En su discurso, mencionó casualmente “decisiones difíciles”, pero no dijo cuáles eran. 

Reconoció con brusquedad que combatir el cambio climático será “largo”, pero no dijo por qué. Sus suposiciones fantásticas suenan bien pero tendrán corta vida. 

© 2013, The Washington Post Writers Group. 

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