La batalla que seguimos esperando

Es posible que Barack Obama estuviera realmente más agudo, más concentrado en sus respuestas y con más ganas hace cuatro años, cuando se presentó a la presidencia, que ahora cuando sostiene ese cargo?

Sabemos que el cargo saca canas, ¿pero acaso también consume las células rojas de la sangre? O quizás la anémica actuación de Obama en el primer debate presidencial fuera el resultado, como insinuara el ex vicepresidente Al Gore durante un análisis posterior al debate en Current TV, de la altura en Denver, “cuando uno asciende 5 mil pies y sólo tiene unas horas para adaptarse”.

Rubén Navarrete Rubén Navarrete Publicado el
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Obama obtuvo 4 en junio por decir que Romney era un “asaltante corporativo” y otros 4 en septiembre por decir que el 90 por ciento del actual déficit se debía a las políticas económicas de su predecesor. *Un “Pinocho” es una medición de mentira de la columna del Washington Post “The Fact Checker”.
En el primer debate presidencial, Obama estuvo entre cansado e irritado y ni él ni Romney fueron capaces de despertar la emoción en el electorado
Obama podría haber golpeado a Romney por su ofensivo comentario de que el 47 por ciento de los estadounidenses depende del gobierno y se considera “víctima”

Es posible que Barack Obama estuviera realmente más agudo, más concentrado en sus respuestas y con más ganas hace cuatro años, cuando se presentó a la presidencia, que ahora cuando sostiene ese cargo?

Sabemos que el cargo saca canas, ¿pero acaso también consume las células rojas de la sangre? O quizás la anémica actuación de Obama en el primer debate presidencial fuera el resultado, como insinuara el ex vicepresidente Al Gore durante un análisis posterior al debate en Current TV, de la altura en Denver, “cuando uno asciende 5 mil pies y sólo tiene unas horas para adaptarse”.

La energía de Obama quizás haya sido baja, pero su nivel de irritación fue alto. Pareció visiblemente molesto por tener que pasar su vigésimo aniversario de bodas respondiendo a los desafíos de Romney sobre su actuación. Más vale que se acostumbre a eso. Hay dos debates más y más desafíos. Obama aún debe responder a sus ambigüedades sobre la inmigración, sus fracasos de política exterior y su aparente desprecio por la empresa privada.

En un debate presidencial, las cosas pequeñas importan, como cuando George W.H. Bush miró a su reloj o Gore suspiró. En Denver, sin un teleprompter para guiarlo, Obama miró al podio gran parte del tiempo —brindando un gran contraste con Romney, que observó directamente a su adversario.

Cuando Obama hablaba, Romney sonreía. Cuando Romney hablaba, Obama tenía una sonrisita de suficiencia. De hecho, el Comité Nacional Republicano ya tiene un aviso titulado “La sonrisita”.

No hubo knock-out

El consenso de los observadores políticos es que Romney ganó el debate. Pero no hubo un

knock-out. ¿Por qué?

Cada hombre ha proporcionado a su adversario cantidad de municiones. Obama podría haber golpeado a Romney por su ofensivo comentario de que el 47 por ciento de los estadounidenses depende del gobierno y se considera “víctima”.

Romney podría haber mencionado un discurso de Obama en 2007, que ha sido desenterrado, donde parece jugar la baraja de la raza implicando que las víctimas afroamericanas del Huracán Katrina fueron tratadas peor que las víctimas de otras catástrofes.

Esos golpes nunca se lanzaron y los candidatos escogieron entablar una discusión de tecnócratas, para debatir qué plan económico será el mejor para la mayoría de los estadounidenses. Lo único que faltó fue un gráfico circular.

Hay un momento para los detalles de expertos, pero no es cuando el adversario está frente a uno. Ése es el momento para mirarlo a los ojos y pelear.

Con la excepción de unos pocos comentarios sobre la economía, ni Romney ni Obama parecieron dispuestos a la  batalla.

Fue extraño. Sabemos que saben pelear. Observen lo que hizo Romney con sus adversarios de las primarias —Newt Gingrich, Rick Perry, Rick Santorum. ¿Recuerdan cómo atacó Obama a Hillary Clinton en 2008, desechándola como “bastante agradable”?

Esta vez, hubo pocos comentarios mordaces. Sólo una abundancia de amabilidad. Los candidatos pasaron más tiempo actuando para el público que sosteniendo un debate con el adversario.

Cuando uno oye lo que cada uno de ellos dice sobre el otro en la campaña o en entrevistas, no hay duda de que no se caen bien. Pero eso fue difícil de detectar en Denver.

Actuar así es de buena educación, pero no ayuda a decidir quién será mejor presidente.

Cuando Obama y Romney vuelvan a encontrarse el 16 de octubre en un debate en Hofstra University en Hempstead, Nueva York, esperemos que se miren a los ojos, vayan al ataque y se irriten mutuamente. Ya oímos las cifras, ahora queremos los fuegos artificiales.

Falta de sinceridad

Y un poco más de honestidad. En el análisis posterior al debate, el equipo de Obama estaba horrorizado de cómo Romney, tal como ellos lo interpretaron, podía cambiar sus posiciones en ese momento, dijeron.

No me digan. ¿Los políticos hacen ese tipo de cosa? En junio, un aviso de la campaña de Obama que acusaba a Romney de ser un “asaltante corporativo” recibió 4 “Pinochos” de la columna del Washington Post “The Fact Checker”. En septiembre, tuvo otros 4 por decir que el 90 por ciento del déficit se debía a las políticas económicas de su predecesor.

Bueno, dada la facilidad con que Romney abandonó su propia propuesta y se re-inventó una vez más, Pinocho quizás haya encontrado la horma de su zapato.

© 2012, The Washington Post Writers Group

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