“Este pudín carece de tema”, dijo una vez Winston Churchill sobre su postre.
Lo mismo podría haberse dicho sobre la campaña de reelección de Barack Obama, que empezó fuerte con su discurso anual sobre el estado de la Unión en enero, y luego fue serpenteando.
Parece que se decidió por un tema, aunque no por el correcto.
Recientemente, el presidente y sus asesores se enfocaron en gravar a los ricos con impuestos y combatir la desigualdad.
El impuesto de la regla Buffett sobre los millonarios se convirtió en la calcomanía insignia de Obama.
La propuesta es razonable, pero no se merece la atención que Obama le está dando.
Plantea una suma trivial, 47 mil millones de dólares durante los próximos 10 años, período durante el cual el gobierno federal gastará 45 trillones. Se añade otra capa al código tributario, que ya es el más complejo y corrupto del mundo industrializado.
Si el presidente quiere ser valiente, podría proponer una reforma tributaria integral y eliminar los cientos de deducciones, exenciones, créditos y vacíos legales que el Congreso vende a cambio de contribuciones para la campaña.
El enfoque en la regla Buffett también es una mala política a largo plazo. Si bien, por el momento las encuestas podrían demostrar que funciona, los estadounidenses son, por lo general ambiciosos, no envidiosos.
El gran logro de Bill Clinton y Tony Blair fue posicionarse como progresistas a favor del mercado y del crecimiento. Esta imagen de una izquierda nueva y moderna, que costó mucho conseguir, puede perderse fácilmente.
La otra regla Buffet
Han pasado cuatro años de la crisis financiera. En Estados Unidos, el gobierno actuó de forma rápida y masiva, usando medidas monetarias y fiscales para estimular la economía.
En Europa, los gobiernos recurrieron rápidamente a programas de austeridad.
Los resultados están en que se espera que este año la economía estadounidense crezca entre un 2 y un 3 por ciento. Se prevé que la eurozona se contraerá un 0,3 por ciento; España y Gran Bretaña recayeron oficialmente en la recesión, primera vez en 40 años que esto ocurre a las principales economías.
El último pronóstico del FMI hasta 2017 manifiesta que la economía de Estados Unidos superará a cada una de las principales economías europeas.
Las proyecciones del FMI muestran que incluso la tasa de crecimiento promedio de Alemania será solamente un 40 por ciento de la de EU.
Las preocupaciones europeas sobre el déficit y la deuda son válidas. Pero fue un error utilizar estos problemas de mediano y largo plazo como una razón para hacer recortes masivos del gasto en la peor recesión económica en 80 años.
La política del gobierno en su mejor momento es anticíclica: hace recortes en épocas de bonanza y gasta en las depresiones.
Europa está haciendo lo opuesto, y el efecto es empeorar el déficit presupuestario.
Obama empezó el año hablando de “una economía construida para durar”. Debería regresar a este tema y encuadrar esta campaña como una elección entre inversiones y recortes presupuestarios.
El partido republicano está totalmente comprometido con la idea de que los grandes recortes presupuestarios por sí mismos producirán un crecimiento económico. Y el presidente tiene sustancia detrás de la retórica.
Propuso varias iniciativas de inversión importantes: un plan de infraestructura de 476 mil millones de dólares; un alza del 5 por ciento del gasto en investigación y desarrollo; un programa de capacitación laboral para incentivar a los trabajadores desplazados; incentivos para la fabricación y fondos para ampliar el grupo de universitarios.
El gasto en investigación y desarrollo ayudó a crear la innovación por la que la economía estadounidense es famosa. Warren Buffett dijo que, en el medio de la desaceleración económica, su estrategia fue invertir en EU. Esa es la regla Buffett que Obama debe seguir.