Por cuarta ocasión, en menos de un año, las encuestas nos han demostrado que no deben tomarse a la ligera, para muestra los resultados del martes en la elección presidencial de los Estados Unidos, que situaban a Hillary Clinton como ganadora absoluta de la jornada y que en realidad se llevó Donald Trump.
Al conocerse los primeros resultados preliminares en que se posicionaba el magnate republicano al frente de las preferencias, se notaba que algo no “cuadraba” con los número publicados por los medios estadounidenses desde el arranque del proceso electoral.
Las versiones de analistas y de las propias encuestadoras son claras, la metodología no fue la indicada, ya que los sondeos se basaron en un electorado idéntico al del pasado proceso, cuando Barack Obama consiguió su segundo periodo en la Casa Blanca.
Además de la complejidad de reflejar fielmente la intención de voto de la población de un país con más de 300 millones de personas, en muestreos compuestos por sólo mil entrevistados, se encuentra el reto de replantear la composición sociológica del electorado.
Para Larry Sabato, profesor de la Universidad de Virginia y autor del blog “Bola de Cristal de Sabato”, el error de las predicciones radicó en ‘olvidar’ que la participación de negros y millenials disminuiría y que la de los blancos en zonas rurales se incrementaría, hecho que modificó un 90% los resultados proyectados.
También puede ser que las encuestas no estén bien diseñadas y se dirijan sólo a la parte de la población más fácil de entrevistar y que la gente mienta, por inseguridad o porque simplemente no quiere compartir con los demás sus verdaderas intenciones, indicó el académico.
Los resultados de los sondeos previos a elecciones trascendentales en la actualidad han fallado por cuarta ocasión, basta recordar los resultados del referéndum del Brexit el pasado 23 de junio; la consulta popular sobre el acuerdo de paz en Colombia, el pasado 2 de octubre; así como los resultados electorales en México el pasado 5 de junio.