Hace un año, el 7 de enero de 2015, la redacción de la revista Charlie Hebdo (CH) fue golpeada por un ataque mortal cometido por dos hermanos, extremistas islámicos, vengando las burlas que la publicación hizo del Profeta Mahoma, quien fue, y sigue siendo, caricaturizado por el semanario satírico.
Muy rápidamente, el debate en torno a CH dividió opiniones, incluso entre los connacionales. A escala global, este debate intentaba responder si el semanario era racista y si se merecía la venganza. La discusión era obtusa.
La sátira política es parte importante de la cultura francesa y de otras alrededor del mundo. CH no tenía la intención de burlarse de la comunidad musulmana, sino de hacer una crítica obvia al yihadismo cada vez más latente en Francia. De la misma manera que lo hacía con los estereotipos judíos, o la pederastia en la Iglesia católica.
En todo el mundo, el caso de Charlie Hebdo fue retomado por medios de comunicación durante meses. Y en todas partes, se cuestionó la naturaleza de las caricaturas, pero más aún, la esencia de la libertad de expresión: ¿se trató de sátira política o de un insulto gratuito?
Para entender mejor la imagen externa que el país ha transmitido a lo largo del último año, habrá que sumergirse primero en la nebulosa de su memoria colectiva reciente, ésa que va del 7 de enero, al viernes 13 de noviembre del 2015.
Todos somos Charlie
En Francia, el derecho a la blasfemia no es condenado y la redacción de Charlie Hebdo ha defendido fuertemente este principio apelando a la libertad de expresión.
Para los que afirman que Charlie es racista y que los franceses son intolerantes, si es así ¿por qué millones de personas salieron a manifestarse a las calles de París el 11 de enero?
Juntos estaban los musulmanes, judíos, católicos, laicos, y hasta 50 representantes de Estado que pausaron sus agendas políticas para marchar en las calles de París al unísono del Je Suis Charlie, de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Estos hechos, más que dividir a la población, impactaron en una Francia que se unió en una marcha histórica y convirtió a Charlie Hebdo en un fenómeno viral alrededor del mundo.
Pero de eso, hace ya un año y desde los ataques al diario satírico, Francia se ha transformado dramáticamente desde aquel 7 de enero. Y en el extranjero, examinar a CH, resulta ser una radiografía eficaz para explorar a la Francia actual.
De Charlie al Bataclán: el avance de la ultraderecha
A lo largo del año 2015, en la prensa mundial, todos cuestionaron las fortalezas y las debilidades de Francia. Pues siempre resulta fácil evocar su historia anticlerical, su laicismo, su Estado de derecho, su libertad, igualdad y fraternidad.
Pero existe otra Francia que también plantea serias dudas: su falta de libertad religiosa, el antisemitismo que amenaza la seguridad física diaria de los judíos, la discriminación sufrida por los musulmanes, de inmigrantes y de personas de origen extranjero.
Y más recientemente la presencia de células yihadistas que son capaces de aparecer un viernes por la noche y robarle la vida a 130 personas en el centro de París.
Después de los ataques del 13 de noviembre de 2015, vino la primera ronda de elecciones regionales: los colores fascistas del Frente Nacional sedujeron a la mayoría de los franceses.
De repente, el país proyectó una intolerancia confirmada. Entonces ¿cómo entender estas “dos Francias” que contrastan continuamente, la de la libertad, la igualdad y la fraternidad de Charlie Hebdo, y la de Marine Le Pen y los ultraderechistas?
En la primera vuelta de las elecciones regionales del 6 de diciembre pasado, la histórica puntuación del Frente Nacional alimentó la visión de que, básicamente, los franceses en realidad son intolerantes y racistas.
Que el discurso de odio había triunfado, y por tanto el terrorismo había conseguido una victoria más: dividir a la nación.
Los peores temores de los que criticaron a Charlie fueron confirmados por el ascenso de la extrema derecha en todo el país de la mano del Frente Nacional que ondea orgullosa la bandera del antisemitismo, la islamofobia y la xenofobia.
En los días que siguieron a los ataques a las oficinas de Charlie Hebdo, Francia despertó, y se fue mutando en un país cada vez más autoritario y con una maniquea concepción de la libertad después de los ataques terroristas.
El Estado de Emergencia se había proclamado y prolongado hasta tres meses, se habían cerrado las fronteras y el espacio aéreo.
A diferencia de lo que quería gran parte de la población, cada acción y reacción del gobierno, que siguió a los ataques terroristas, fue negativo.
Los políticos franceses se embarcaron en una orgía nacional populista difícil de soportar, y con los atentados del 13 de noviembre, la clase política se radicalizó aún más. Incluso la izquierda se tiñó de ultranacionalismo.
Después del asalto al Bataclán, el mundo fue testigo -en tiempo real- del desmantelamiento del Estado de Derecho, justo cuando el presidente Hollande anunció, a través de su primer ministro, Manuel Valls, que introducirá la posibilidad de privar de la doble nacionalidad – incluyendo a los nacidos en Francia – a aquellos que hayan sido condenados por terrorismo – y con eso, propuso de facto introducir dos tipos de ciudadanos en Francia: un ciudadano de quinta que puede ser despojado de una parte de su identidad, y un ciudadano de primera que mantiene su “pureza”.
Para muchos, resulta obvio que la única respuesta para contrarrestar al terrorismo es aumentar y homologar los derechos, los privilegios y las libertades de los ciudadanos franceses.
Pero Francia está haciendo exactamente lo contrario al limitar las libertades civiles con el pretexto de proteger la seguridad, y el Estado se convierte en sí mismo, en una amenaza para sus ciudadanos.
La islamización del extremismo
Después de Charlie Hebdo, los atentados del 13 de noviembre fueron un shock, pero no una sorpresa. Y dejó en evidencia algo fundamental: no es la radicalización del Islam, sino la islamización del radicalismo la que está afectando a Francia.
Los inmigrantes de tercera generación no han sufrido tanta discriminación. Nacieron, crecieron y perfectamente se “occidentalizaron”, antes de su descenso hacia el radicalismo yihadista.
Todos ellos compartieron la cultura de sus compañeros: vino, cigarros, drogas y sexo fuera del matrimonio, iban al cine, al bar y escuchaban música pop.
Hay que ir más allá de una “posible rebelión” contra la discriminación, para entender los motivos profundos de la radicalización de un sector de la juventud en Francia.
La cuestión reside esencialmente en un conflicto generacional común debido a que estos jóvenes no quieren ni la cultura de sus padres, ni la cultura occidental.
Es importante notar que la violencia a la que se adhieren, es una violencia moderna. Es una violencia vista muchas veces y en muchos otros países.
Estos jóvenes matan como los que mataron en masa en Columbine en Estados Unidos o Breivik en Noruega: con absoluta frialdad y silencio. Con una profunda fascinación por su propia muerte.
A la mayoría de estos pretendidos yihadistas, no se les vio nunca practicar el Islam, ni el Ramadán, ni predicando en las mezquitas.
De Charlie Hebdo a Bataclán, ninguno de los que atentaron hizo estudios religiosos de rigor. Ninguno estuvo interesado en la teología o incluso la naturaleza de la yihad o la del Estado islámico.
Estos jóvenes crecieron dentro de un “Islam moderado”, y por tanto es inútil, ya que es el radicalismo lo que los atrae.
Los terroristas que mataron a los periodistas de Charlie Hebdo y a los transeúntes en el centro de París, podrían haber recurrido a la ultra-izquierda, pero para ello habrían tenido que leer al menos un texto.
El salafismo – movimiento sunita que reivindica el retorno a los orígenes del islam – no es sólo una cuestión de predicación financiada por Arabia Saudita, es también el producto ideal para los jóvenes en conflicto, pues para estos lozanos nihilistas, unirse a ISIS les da la certeza de experimentar el poder aterrorizando.
El terror no termina
Ayer, un hombre entró a una estación de policía en París armado con un cuchillo y portando un chaleco con explosivos falsos, al cumplirse un año del ataque a Charlie Hebdo.
La policía mató al sospechoso y la unidad antiterrorista abrió una investigación.
El hombre portaba un celular, un pedazo de papel con el emblema de ISIS y una afirmación de autoría escrita en árabe. La fiscalía no dio más detalles sobre el contenido del escrito.