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La salida del Reino Unido traería un escenario crítico para la economía mundial y sería una señal que populistas y antieuropeístas de todo tipo no dejarían de usar como arma en su cruzada contra la desintegración de Europa
El Primer Ministro, David Cameron, prometió celebrar un referéndum en caso de ganar las elecciones generales de 2015.
El referéndum sería en respuesta a la creciente presión de sus propios parlamentarios conservadores y, sobre todo, del avance de la extrema derecha, el Partido Independentista del Reino Unido (UKIP), que argumentaba que Gran Bretaña “ya no pintaba nada en la Unión
Europea” desde 1975, última vez en que el pueblo se había pronunciado, justamente, para adherirse a la UE.
La UE ha cambiado mucho desde entonces, y en el Reino Unido pesaba el malestar de que se “controlara la vida cotidiana de los ciudadanos” desde Bruselas.
Tras meses de campaña – y años de polémica entorno a una salida-, el día de hoy, por fin, los británicos contestarán a la pregunta “¿el Reino Unido debe permanecer como miembro de la Unión Europea, o no?”, una elección histórica que supera con creces, incluso, al propio país.
Durante cinco meses, ambas campañas demostraron una histérica contienda que dividió a los ingleses y que resultó, entre otras cosas, en el trágico asesinato de la diputada laborista – y europeísta – Jo Cox, el jueves pasado.
De Londres a Beijing, pasando por París, Bruselas, Berlín y Washington, la perspectiva de una retirada de uno de los Estados más importantes de la UE fue por meses el escenario más temido pues, desde 1973, se trataría del primer país miembro en salir de la Unión fundada en 1957 con la idea de que los países que comerciaban juntos, no fueran propensos a hacerse la guerra otra vez.
Y es que, la salida del Reino Unido no solo traería un escenario crítico para la economía mundial, sino que también, sería una señal que populistas y antieuropeístas de todo tipo -empezando por la extrema derecha francesa que ya es la segunda fuerza política más fuerte del país, a un año de las elecciones presidenciales-, no dejarían de usar como arma en su cruzada contra la desintegración de Europa.
En cuanto a David Cameron, que encabezó el mantenimiento dentro de la UE, pero también impulsó el referéndum, se juega su posición. Y es que, en su intento por retener a los ingleses dentro, en febrero pasado, la Unión Europea incluso accedió a asentar los principios demandados por Cameron sobre una concesión de estatuto especial para que el Reino Unido pudiera modificar esos aspectos con los cuales los británicos no estaban de acuerdo – un lugar aún más privilegiado del que ya gozaban-, pero tampoco funcionó.
Entonces, ¿cómo viven los británicos este momento decisivo? ¿Cómo se están preparando las instituciones europeas? ¿Cuáles son las encrucijadas políticas en el Reino Unido? O, más directamente: ¿qué sería del Reino Unido sin Europa y Europa sin el Reino Unido?
Primero: detener el efecto dominó
Un Brexit marca el principio del fin de la Unión Europea tal como la conocemos. El daño está hecho, pues la organización de un referéndum ya representa un antecedente peligroso para Europa en un momento en que enfrenta una crisis económica, migratoria y de credibilidad.
Y hoy, los líderes de las instituciones de la UE comienzan a concentrarse en evitar un posible efecto dominó que pueda contagiar a los países tentados por imitar a Londres.
Los líderes europeos han intentado desdramatizar la situación y superar lo más rápido posible este proceso de divorcio, con un mensaje claro en mente: Si el “Brexit” prevalece, que los británicos no crean que podrán seguir aprovechando el mercado interno sin participar en el presupuesto de la UE: “Leave means leave” para el Parlamento Europeo.
Por otro lado, en el campo de los países dispuestos a organizar su propio referéndum, se encuentran en primer lugar aquellos que son tradicionalmente más cercanos a los ingleses, y que terminarían por aislarse un poco más de Europa.
En este caso están Holanda, Finlandia, Dinamarca y Suecia. Una encuesta mostró que la actitud de los suecos hacia Europa dependía en gran medida de su aliado británico: el 44 por ciento dijo que seguirá siendo miembro de la UE siempre y cuando Reino Unido lo sea, mientras que el 32 por ciento afirma que quiere serlo.
En estos países, el euroescepticismo también ha alcanzado niveles alarmantes en los últimos años.
Esto se podría acentuar aún más en el escenario del Brexit, aunado a la crisis de los refugiados que ha afectado gravemente a una Unión ya de por sí maltratada por la crisis del euro.
A pesar de esto, lo cierto es que entre el deseo de pronunciarse contra la permanencia dentro de la Unión y salir de ella, existe un paso enorme que pocos países están dispuestos a asumir. De acuerdo con la Fundación Robert Schuman, la mayoría de los europeos todavía creen que su país está mejor equipado en Europa para el futuro. Salvo Chipre, Eslovenia y el Reino Unido, que son las excepciones.
La salida
¿Qué es lo que se rompe con la salida de un miembro? Cientos, miles de legislaciones en común. Regulaciones de la UE, de aplicación inmediata en los países miembros son canceladas y sustituidas por otros textos, nacionales, para evitar lagunas.
Los 28 miembros negocian los términos del fin de la participación del país en el presupuesto de la UE, y del reparto de las propiedades comunes (edificios del Consejo, de la Comisión, en Bruselas y en otras partes).
Después del divorcio, el país, ahora considerado como un “tercer país”, no tendrá acceso al mercado interior, y debería forjar una nueva relación con la UE.
Si bien las relaciones comerciales no se detienen de la noche a la mañana, las empresas de servicios e industrias pierden acceso privilegiado al mercado interno, y tienen que pagar los precios completos de los derechos de aduana. Además de que los bancos europeos pierden su pasaporte para instalar y operar en toda la UE.
Reino desunido
Es difícil predecir con precisión el impacto de un “Brexit”, pero la capital de las finanzas europeas está inquieta y los economistas predicen que al menos una fuerte desaceleración económica puede tener lugar.
Sin embargo, el debate no se resume a un simple cálculo matemático pues la cuestión de la soberanía es central para los británicos, y algunos sienten que se ha dejado las riendas de su país a un grupo de tecnócratas no elegidos, gobernando desde Bruselas.
Y si algo ha dejado en evidencia el Brexit, son las fuertes diferencias entre los sectores de la sociedad británica. El referéndum fue solo un paso para exponer las fuertes divisiones sociales sobre el tipo de país que los británicos quieren ser. The Guardian ya se refirió a la campaña para el Brexit como un “alimento de la nostalgia y de resentimientos de cosecha propia”.
Real o imaginario, este resentimiento incluye “una nostalgia de tiempos imperiales y trabajos preglobalizados para toda la vida”, además de un odio hacia los inmigrantes y a las reglas impuestas por los comisionados extranjeros de los tribunales “no elegidos” gobernando desde Bruselas.
Tales son los demonios que frenan la “soberanía” nacional de los ingleses y los “espíritus libres del mercado”. Y por eso el daño está hecho, porque ni la izquierda ni la derecha, han tenido la capacidad para resolver un modelo económico alternativo. Y la expresión inglesa de hoy es la secuela social acumulada de la crisis del 2008, que se llevó por delante el proyecto europeo e hizo del “recuperar el control” el comodín de un Brexit diseñado para atraer la voz de los aislacionistas sociales.
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