El abuso sexual de monjas por sacerdotes y obispos es un problema que ya no se pierde en el silencio. El papa Francisco reconoce que integrantes del clero cometen violencia sexual en contra de mujeres que pertenecen a órdenes religiosas de la iglesia católica.
Las palabras de aceptación del pontífice fueron impulsadas por denuncias de las víctimas, la última edición de una revista vaticana y una estrategia en la Santa Sede que evita ocultar lo que sucede en el interior de la institución religiosa.
En ese sentido, el internacionalista Mauricio Rodríguez afirma que una política de negación de los abusos es insostenible en la iglesia católica y que el mejor primer paso para enfrentar la situación es reconocerla.
El pontífice dijo en el vuelo de regreso de su viaje a Emiratos Árabes Unidos que en una ocasión su predecesor cerró una congregación entera de monjas que eran agredidas por clérigos.
“Benedicto XVI tuvo el valor de cerrar una congregación femenina que estaba en cierto nivel porque esta esclavitud de mujeres había penetrado -esclavitud que llegaba al punto de la esclavitud sexual- por parte de los clérigos o del fundador”, comentó el líder religioso el martes pasado.
El papa agregó que los abusos sexuales a monjas son un problema que todavía se da, pero que sucede mayormente en congregaciones nuevas.
En un comunicado de prensa divulgado este miércoles, el portavoz interino de la Santa Sede, Alessandro Gisotti, aclaró que cuando el pontífice habló de esclavitud sexual se refería también a la manipulación y a formas de abuso de poder que incluyen el abuso sexual.
Es la primera vez que Francisco reconoce este tipo de violencia en el clero. La declaración del pontífice llega en un momento de constantes denuncias públicas sobre casos de abusos a monjas.
Un ejemplo es la edición de febrero de la revista Mujer Iglesia Mundo, una publicación mensual distribuida con el periódico vaticano L’Osservatore Romano, que denuncia algunos casos en los que las religiosas sufrieron abusos y abortaron o tuvieron niños que no son reconocidos por los padres.
La revista retoma un análisis del papa Francisco en el que afirma que el poder clerical es la raíz del problema de los abusos. Agrega que las monjas han callado durante años por miedo a las represalias contra ellas mismas o sus órdenes si denunciaban a los curas abusadores.
“Si se señala el poder y el clericalismo, el abuso contra las hermanas religiosas adquiere otro aspecto y se le puede reconocer por lo que es: un acto de poder en que el tacto se convierte en una violación de la intimidad personal”, escribió la también historiadora católica.
Scaraffia recuerda en su texto que a finales de la década de 1990 dos monjas, Maura O’Donohue y Marie Mcdonald, presentaron denuncias detalladas sobre abusos sexuales contra monjas, investigaciones profundas y análisis de las situaciones “más expuestas a este tipo de prepotencia”.
“El silencio cayó sobre sus denuncias y se sabe bien cómo el silencio contribuye a darle seguridad a los violadores”.
La directora del suplemento concluye su artículo con una advertencia. La autora considera que si la iglesia sigue cerrando los ojos ante los abusos, la condición de opresión de las mujeres nunca cambiará en esta institución religiosa.
En este sentido, Rodríguez advierte que la iglesia quiere encontrar una solución para erradicar los abusos, sin embargo, sus decisiones son lentas
“Hay la voluntad de encontrar una solución efectiva y una mayor apertura para colaborar con las autoridades civiles en estos casos, pero la iglesia como organización se enfrenta a sus propias inercias burocráticas y culturales”, comenta el autor de la tesis La guía del pastor: concepciones de rol nacional de la Santa Sede en su política multilateral.
El especialista agrega que los cambios o cualquier tipo de medida son lentos en la iglesia católica porque sus representantes tardan en tomar decisiones debido a veces piensan demasiado las situaciones y hay intereses encontrados.
Rodríguez comenta que un ejemplo de las respuestas lentas del Vaticano es su primera reunión sobre el informe en Pensilvania que reveló que más de 300 sacerdotes abusaron de niñas y niños durante las últimas siete décadas. La investigación logró identificar a más de mil víctimas menores de edad. Como respuesta al informe, el papa Francisco convocó a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo entre el 21 y 24 de febrero en la Santa Sede para adoptar medidas que permitan erradicar estos abusos.
En todo el mundo
El año pasado, The Associated Press y otros medios informaron sobre el abuso cometido contra monjas en India, África, Europa y Sudamérica, prueba de que el problema no se limita a una zona geográfica.
En julio del mismo año, cerca de media docena de monjas en una pequeña congregación religiosa de Chile hicieron públicas sus historias de abuso por parte de los sacerdotes y de otras monjas en televisión nacional. Relataron que sus superiores no hicieron nada para detenerlo.
En noviembre, la Unión Internacional de Superioras Generales, que representa a todas las órdenes religiosas católicas de mujeres, denunció públicamente la cultura de silencio que impide a las monjas hablar públicamente y las exhortó a denunciar los abusos a sus superiores y la policía.
“Condenamos a los que mantienen la cultura del silencio y el secreto, a menudo bajo la apariencia de ‘protección’ de la reputación de una institución o como ‘parte de la propia cultura’”, dijo en un comunicado el grupo formado por 2 mil superioras generales.
La Unión que representa a más de más de 500 mil religiosas escribió que aboga por informes civiles y penales transparentes de los abusos tanto en las congregaciones religiosas, en las parroquias y en los distintos ámbitos diocesanos, como en cualquier espacio público.
Combatir el silencio
El silencio como un elemento conflictivo es retomado por todas las personas y organizaciones que denuncian los abusos a monjas.
No obstante, el especialista en la Santa Sede asegura que hay esfuerzos en la iglesia por romper la cultura del silencio. Percibe que ya se acepta que las denuncias no hacen daño a la iglesia, sino que la benefician a partir de la posibilidad del cambio.
“Una organización que se pretende proyectar como una autoridad moral no sólo para sus miembros, sino para todo el mundo no puede permitir que sucedan estas cosas. Los próximos años tenemos que ver cambios importantes”, concluye el internacionalista.