Sale Brasil… ¿entra México?

La gran promesa latinoamericana sigue reportando datos económicos decepcionantes. Brasil, que llegó a ser considerado como el modelo a seguir para las economías emergentes, se encuentra al borde de la recesión.

Los últimos datos económicos publicados por el gobierno brasileño sugieren que el crecimiento económico se debilitó en los dos últimos trimestres.

Alejandro Dabdoub Alejandro Dabdoub Publicado el
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fue el crecimiento negativo que experimentó Brasil durante el tercer trimestre del año pasado
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La gran promesa latinoamericana sigue reportando datos económicos decepcionantes. Brasil, que llegó a ser considerado como el modelo a seguir para las economías emergentes, se encuentra al borde de la recesión.

Los últimos datos económicos publicados por el gobierno brasileño sugieren que el crecimiento económico se debilitó en los dos últimos trimestres.

La definición más aceptada de recesión señala que cuando un país registra dos trimestres consecutivos en caída, este puede considerarse como en recesión. Si se toma en cuenta que durante el tercer trimestre del 2013 Brasil experimentó una caída del 0.5 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) en relación con el periodo anterior, sólo faltaría que el cuarto trimestre presente cifras similares.

Analistas de The Wall Street Journal afirman que en base a que la actividad económica de Brasil cayó 1.35 por ciento en diciembre, con respecto a noviembre, lo más probable es que el gobierno anuncie un crecimiento económico negativo para el último trimestre del año pasado.

A pesar de que los pronósticos esperan una recuperación para el primer trimestre del 2014, el desempeño económico mediocre ha durado lo suficiente para que los inversionistas comiencen a voltear la mirada a otras promesas. 

De tal modo, México entra al escenario mundial como el nuevo campeón latinoamericano que, en la opinión de la prensa internacional, se encuentra en su mejor momento.

Esta percepción positiva que goza México está fundamentada en las reformas promovidas por el gobierno de Enrique Peña Nieto y aprobadas el año pasado. Entre estas, destaca la reforma energética que contempla la apertura de la inversión privada en el monopolio gubernamental. La pregunta es si México podrá con la presión de los reflectores y aprender del fracaso que presenta en estos momentos Brasil.

Desastre mundialista

La contracción económica por la que está pasando Brasil no es el único problema al que se enfrenta su presidenta Dilma Rousseff. El país, que tiene fama de tener a la población más aficionada al futbol, que será la sede para la Copa Mundial de este año, vive una fuerte campaña en contra del evento deportivo.

Aprovechando los reflectores de la Copa FIFA Confederaciones de junio del año pasado, miles de brasileños salieron a las calles a protestar en contra de ser anfitriones del Mu ndial. La Copa ha sido tomada como emblema para protestar en contra de la pobreza y malestar que se vive todos los días en Brasil.

Un video que circula en Internet bajo el título de “No, I’m not going to the World Cup” (No, yo no iré a la Copa del Mundo) sintetiza el espíritu de las protestas en contra del Mundial. Gran parte de los brasileños están frustados porque mientras el país se ve sumergido en problemas económicos, el gobierno está pagando por uno de los torneos más caros de futbol de la historia.

Entre las críticas más mencionadas se encuentra los altos costos que ha incurrido el gobierno para construir los nuevos estadios donde se jugarán los partidos del Mundial. 

La historia sugiere que el gasto en este tipo de infraestructura no es rentable debido a que no vuelven a usarse en su máxima capacidad y se necesita mucho dinero para darles mantenimiento.

Asimismo, el Mundial no genera grandes ganancias para la economía del país. Más de una vez se ha acusado que los principales beneficiados son los organizadores, que a través de la FIFA se llevan la mejor parte del pastel, mientras que los anfitriones deben conseguir otro medio para recuperar su inversión. 

Por su parte, la derrama económica que dejan los turistas atraídos por la Copa suele ser limitada y puntual, por lo que tampoco justifica todos los esfuerzos.

En medio de la turbulencia, Rousseff tiene en la mira su reelección como presidenta en octubre, cuando los efectos de la Copa estarán más presentes en la población. 

Las protestas se han generalizado tanto que el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, cuestionó si fue una buena decisión elegir a Brasil como sede mundialista.

Actualmente existe una campaña oficial para fomentar el apoyo a favor del Mundial liderada por celebredidades, como el exjugador de futbol Pelé. Encima de todo, falta esperar lo que traigan los Juegos Olímpicos del 2016 en Río de Janeiro.

La lección de Batista

Ante las grandes expectativas que ha creado la reforma energética y las todavía pendientes leyes secundarias, es importante revisar los problemas que enfrentó por apostarle al petróleo quien fuera el hombre más rico de Brasil.

Eike Batista contaba con una fortuna de más de 30 mil millones de dólares, que perdió tras invertir grandes cantidades a la exploración de yacimientos petroleros. 

En tan sólo 16 meses perdió el 99 por ciento de su fortuna y su empresa emblema, OGX Petróleo e Gas Participações, tuvo que tramitar de manera forzada la bancarrota.

Buscar depósitos petroleros no es barato y, si no se encuentran buenos yacimientos, la inversión termina siendo una gran pérdida. 

Las expectativas de Batista se quedaron muy cortas de la realidad y al final su empresa terminó con una deuda total de 5.1 mil millones de dólares. 

Hasta la fecha se sigue discutiendo si el caso del brasileño representa la evaporación de riqueza más veloz en la historia.

El precio de las acciones de OGX, fundada por Batista en el 2007, ha caído 96 por ciento en el último año, convirtiéndola en la empresa con el peor desempeño entre los 73 componentes del índice bursátil Ibovespa.

Para México la lección es clara. Los nuevos contratos de exploración en búsqueda de yacimientos pueden acarrear una gran riesgo para Pemex. 

Esta es la razón por la que algunos opinan que la colaboración entre empresas privadas y el gobierno sea más grande y este tipo de riesgos sean trasladados a capital privado.

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