En el 2005, el economista de la prestigiosa Universidad de Chicago, Steven Levitt, y el periodista Stephen Dubner publicaron el libro Freakonomics, inaugurando un género que se ha venido a conocer como “economía hecha divertida”.
Tratar de explicar cosas raras, como los incentivos de los maestros o de los luchadores de sumo (en la segunda edición) fue una novedosa manera de abordar temas que economistas religiosamente mantenían escondidos tras modelos matemáticos.
Pronto una serie de libros parecidos aparecieron para explicar desde la economía de los futbolistas hasta de Wikipedia.
La mayoría de ellos están apoyados en estudios económicos serios, pero eso no ha evitado que la crítica de los economistas más conservadores llueva sobre ellos.
Algunos profesores de las más prestigiosas universidades del mundo han criticado la manera de abordar temas, diciendo que las conclusiones rayan en lo simplista o que las relaciones son meras coincidencias.
Otros incluso han reprochado que estos libros interesen a más personas en el tema puesto que su intento es más entretener que enseñar o contribuir a la ciencia.
En busca de contrapeso
Es un debate que se ha intensificado con la crisis financiera y en el que ahora toma parte Peter Spiegel, profesor de economía de la Universidad de Massachussetts en Boston, a través de un estudio sumamente técnico traducido como “La levedad insoportable del género economía-hecha-divertida”.
En éste, el economista dice elegantemente que justamente los problemas de razonamiento por los que culpan a los libros “divertidos” son evidentes en todos los escritos más “serios” también.
Por ejemplo, que dos cosas solo por ser ligeramente parecidas comparten atributos.
Esto es evidente en estudios que tratan temas como el terrorismo o la burbuja inmobiliaria.
Spiegel argumenta que la tendencia de los economistas “serios” a catalogar a todos los humanos como entes iguales llevaron a que se ignoraran obvios ejemplos de mal funcionamiento en el mercado hipotecario.
Más aún, dice el autor, los economistas tienden a ignorar datos “suaves”, como a los medios, antropólogos o abogados en sus estudios académicos, por lo que no hay un contrapeso a su manera de percibir el mundo.
Tal vez más que criticar al concepto de la economía divertida, es necesario que todos los economistas tomen en cuenta los problemas que el género ha dejado en descubierto.