El negocio de prestarle al pobre

Más de 19.2 milones de personas en México tienen una cuenta de crédito con instituciones cuya misión es esencialmente proveer servicios financieros a quienes normalmente no tendrían acceso. 

Esto constituye al 26.05 por ciento del total de cuentas bancarias en el país. 

El microcrédito, pequeños préstamos para consumo o actividad productiva, ha sido una de las tantas modas de los economistas de desarrollo en los últimos años.

Jesús M. Badiola Jesús M. Badiola Publicado el
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Más de 19.2 milones de personas en México tienen una cuenta de crédito con instituciones cuya misión es esencialmente proveer servicios financieros a quienes normalmente no tendrían acceso. 

Esto constituye al 26.05 por ciento del total de cuentas bancarias en el país. 

El microcrédito, pequeños préstamos para consumo o actividad productiva, ha sido una de las tantas modas de los economistas de desarrollo en los últimos años.

El uso moderno del microcrédito se originó en Bangladesh en los 80, con esfuerzos para ofrecer crédito a un segmento de menor ingreso. 

La idea central es ofrecer una oportunidad para que pudieran romper la trampa de pobreza con una pequeña infusión de dinero, en forma de un préstamo. El dinero sería usado para comprar capital y poner en marcha o expandir un negocio.

Mientras que las tasas de interés serían más altas que en el mercado general, dado al mayor riesgo de impago, el beneficio social de expander el acceso de crédito vendría a crear un negocio tanto para los bancos como sus clientes. 

Se descubrió además que los créditos solidarios, en donde se presta a un grupo de personas y todos se hacen responsables de pagar, son relativamente seguros y rentables para los bancos.

Entrar a la moda

En México, la teoría ha sido puesta a prueba durante los últimos años, especialmente en la administración del expresidente Vicente Fox, quien impulsó a la banca privada para que otorguen este tipo de créditos.

Florecieron bancos especializados que ofrecen servicios financieros básicos para  segmentos de bajos recursos, que anteriormente no tenían acceso al sistema bancario formal. 

Aún así, el uso de microcréditos ha generado crítica, tanto hacia los bancos por las altas tasas que cobran, como a la falta de evidencia sobre su supuesto efecto benéfico en la sociedad. 

¿Realmente ayuda?

El resultado ha sido un sólido modelo de negocio que ha redituado por mucho a quienes se atreven a intentarlo.

Por ejemplo, Banco Compartamos tiene el retorno sobre activos más alto de todos los bancos en el país. Al ofrecer créditos solidiarios a grupos de personas, y en especial a mujeres, ha podido bajar su tasa de morosidad, aunque manteniendo tasas de interés por encima del 75 por ciento. 

La rentabilidad sobre capital promedio de tal banco es de alrededor del 33.7 por ciento, cuando el promedio total del sistema es del 12.6 por ciento. 

La razón es, en algunos sentidos, las tasas de interesés generosas que se suelen cobrar por ser mercados con baja o nula competencia. 

Pero a pesar de las onerosas tasas, la demanda no parece detenerse. Según información pública a inversionistas, la cartera de Compartamos en el tercer trimestre del 2012 alcanzó los 16 mil 700 millones de pesos, creciendo casi 25 por ciento a tasa anual.

Compartamos no es el único. El potencial es tal, que han surgido bancos especializados a raíz de operaciones comerciales, como el banco Wal-Mart, BanCoppel y Banco Azteca.

Tantas ganancias y éxito sin duda deja un sabor agrio para quienes veían con ojos sociales a los microcréditos, y su efecto real en la sociedad es debatible.

Un estudio de la doctora Esther Duflo, del Centro de Investigación J-PAL del MIT, encontró que el aumento de microcréditos en las comunidades de bajo ingreso no tiene un efecto significativo en el gasto de hogar o equidad de género, educación o salud, lo cual contradice los supuestos beneficios por los que abogan sus simpatizantes. 

El único efecto real que se concluyó es el aumento notorio en empresas que se iniciaron en comunidades donde fue ofrecido crédito, pero se discute si estas microempresas fueran exitosas y si aportaban al desarrollo de la región.

Un reto adelante

Si bien las altas tasas observadas son el obstáculo más latente para detonar la promesa de crecimiento que los microcréditos fueron algún día, disminuirlas no es tan fácil como parece.

La realidad en la práctica es que los bancos son instituciones con ánimos de lucro y obedecen a condiciones de mercado que de por sí no son óptimas.

La gran diferencia en cuanto a esquema de negocio entre un banco de microcréditos y uno común es el costo administrativo mayor. 

Los bancos como BanCoppel o Compartamos necesitan a más gente para contactar a los clientes o dar seguimiento a cuentas, puesto que estos no cuentan con muchos servicios de comunicación moderna como teléfonos o Internet.  

Mientras el promedio de gastos administrativos para un banco de segmento alto común ronda el 10 por ciento, los bancos de microcréditos gastan un promedio de 25.2 por ciento  de su cartera total en el manejo de las cuentas. 

Cuando las instituciones no son bancos consolidados, los gastos de administración pueden llegar a sobrepasar el 40 por ciento. 

Por su mismo esquema de negocios, los bancos de microcréditos no suelen ofrecer gamas diversas de servicios como para cobrar generosas comisiones.

Un banco especializado en microcréditos cobra solo un quinto de las comisiones que cobraría uno convencional.

Resulta evidente que una economía con mayor penetración bancaria es más deseable, ¿pero estaremos los mexicanos pagando un precio alto por ello?

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