El dilema de la riqueza

Hace algunas semanas, en víspera de un viaje por Polonia, Israel y el Reino Unido, el candidato a la presidencia de Estados Unidos, Mitt Romney, tocó un tema sensible: la cultura.

Los comentarios que hizo relacionaban al tipo de cultura con el desempeño económico de Israel y sus vecinos de Palestina, que tienen un ingreso por persona casi dos tercios menores.

Romney no está solo en sus sospechas, pues ha sido también tema de cientos de tesis doctorales y estudios económicos. De hecho, el candidato solo repitió lo que algunos han argumentado por años.

Eduardo Flores Eduardo Flores Publicado el
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La cultura, si la entendemos como las costumbres presentes en una sociedad, es importante porque impide o acelera el crecimiento económico si se implanta en las instituciones económicas del país, tales como el estado de derecho o la manera de hacer política.

Hace algunas semanas, en víspera de un viaje por Polonia, Israel y el Reino Unido, el candidato a la presidencia de Estados Unidos, Mitt Romney, tocó un tema sensible: la cultura.

Los comentarios que hizo relacionaban al tipo de cultura con el desempeño económico de Israel y sus vecinos de Palestina, que tienen un ingreso por persona casi dos tercios menores.

Romney no está solo en sus sospechas, pues ha sido también tema de cientos de tesis doctorales y estudios económicos. De hecho, el candidato solo repitió lo que algunos han argumentado por años.

Bien valdría la pena responder algunas de estas preguntas. ¿Qué tanto importa la cultura para el desempeño económico?

La respuesta es difícil y compleja. Según los estudios de desarrollo económico más recientes, importa aunque no en la manera o el grado que uno pensaría.

La cultura, si la entendemos como las costumbres presentes en una sociedad, es importante porque impide o acelera el crecimiento económico si se implanta en las instituciones económicas del país, tales como el estado de derecho o la manera de hacer política.

¿Corrupto por herencia?

Un estudio bastante citado de Raymond Fisman, de la Universidad de Columbia, demostró que las personas son corruptas en parte por la cultura que impera en el país y no solo por los incentivos económicos, como muchos han explicado.

Otra rama de la cultura estudiada por los economistas porque es un poco más cuantificable es la confianza en instituciones y otras personas.

Una sociedad que confía poco en los demás no puede llevar a cabo tantas transacciones, pues éstas involucran que las dos partes confíen en que la otra mantendrá su trato como acordado.

Por lo tanto, una sociedad con la cultura de la confianza, según algunos economistas, tendería a progresar económicamente.

El caso más extremo desde luego que es Somalia, donde por años la falta de confianza entre los ciudadanos ha impedido que se establezca un gobierno central.

El caos es tal que hay cientos de clanes luchando entre sí por el poder, manteniendo en la miseria a miles de personas, y a otras tantas en desplazamientos constantes.

Por otro lado, resulta notorio para muchos turistas el caso de Japón o los países bajos donde los bienes personales, como las bicicletas, se suelen estacionar sin candados en lugares públicos.

Conclusiones mixtas

Sin embargo, los investigadores suelen siempre chocar con una pared al momento de escribir las conclusiones. Como el huevo y la gallina, es difícil probar qué vino primero: la cultura corrupta y la falta de confianza o el ingreso bajo de los países.

Es decir, siempre terminan con una gran incógnita: ¿la gente de un país se comporta de cierta manera simplemente por las condiciones de su entorno socioeconómico, o tienen ese entorno justamente por su comportamiento?

En el caso de la confianza, por ejemplo, un estudio encuentra poca evidencia de que las personas tienen más o menos confianza por lo que la historia de la región dictaría. Es decir, las generaciones antiguas podrían carecer de confianza mientras que las más nuevas tendrían mucho más, o viceversa.

Tampoco queda muy claro qué tanto afecta o beneficia al crecimiento económico las diferentes culturas, pues los ejemplos contradictorios abundan.

Corea del Norte y Corea del Sur tenían cultura idéntica a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando no había frontera que las dividiera.

Sin embargo, uno de estos países se estancó, protagonizando hambrunas y pobreza, mientras que el otro se convirtió en uno de los países más prósperos del mundo.

La cultura “importada” por la colonización tampoco explica las grandes desigualdades entre países. Estados Unidos y Canadá fueron colonias inglesas, pero también Nigeria y Sierra Leona, países con niveles altos de pobreza.

Incluso la religión, un tema que buscó tocar Romney, tampoco explica las diferencias. En la época de Mao, hace relativamente poco, se decía que las creencias y la cultura de los chinos era lo que les impedía ser un país rico, mientras que hoy se dice justamente lo contrario.

La hipótesis de la cultura parece intuitiva y lógica, pero no explica el desarrollo económico en su totalidad.

Más bien, la cultura puede influenciar a las instituciones que rigen un país, aunque eso también es tema de discusión, pues puede ocurrir al revés.

Por su parte, los comentarios de Romney recibieron mucha atención en Estados Unidos, tal vez un efecto esperado por su equipo de campaña, que buscaba acaparar atención con el viaje al exterior del candidato, pero no por ello se considerarían correctos en los círculos de investigadores sobre el tema.

 

Evidencia confusa

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