Sí, sí… sonará un tanto trillado pero el principal problema de México es la democracia.
Desde que tengo uso de razón he sido testigo de campañas políticas. Con el paso del tiempo mi posición frente a las mismas ha ido evolucionando.
Se supone que una campaña política es el espacio para que los candidatos entren en contacto con la ciudadanía para dialogar, discutir, proponer y, de esa forma, definir un programa político inclusivo y participativo.
Sin embargo, el formato de las campañas cultiva principalmente la imagen. Miles de afiches cuelgan en las calles con la cara de los candidatos.
¿Cómo una cara y un eslogaan pueden hablar por las propuestas de un candidato o una candidata? Los afiches consumen recursos naturales y económicos, además de contaminar visualmente la ciudad y luego los rellenos sanitarios con las toneladas de basura generadas.
Pero los candidatos usan principalmente los medios masivos de comunicación, como la televisión, para en un par de minutos convencer al electorado de representar la mejor opción.
Al final, no gana el que tenga las mejores ideas políticas sino aquel o aquella que haya obtenido mejores calificaciones en marketing. Los candidatos son un producto y como tal ganará quien mejor sepa venderse.
Y nosotros, los electores nos conformamos con jugar el papel de consumidores pasivos. ¿Cuántos votantes conocen las propuestas de los candidatos a fondo? ¿Cuántos electores participaron activamente durante las campañas?
¿Cuántos hicieron propuestas para ser mejor representados en el programa político de algún candidato? Por ejemplo, durante las elecciones presidenciales de 2012 muchos prefirieron el futbol a uno de los pocos debates televisados.
Lo sorprendente es que el circo electoral se financia con los impuestos de los electores, y ni así se deciden a participar activamente.
Las campañas políticas y las elecciones, nos dicen, son la expresión democrática por excelencia.
Pero si ya durante el periodo electoral los candidatos hacen gala de discursos vacíos, de programas políticos recalentados, de despilfarro económico,
Y la ciudadanía a su vez hace gala de una pasividad y desinterés mayúsculos, precisamente durante este periodo que podría ser visto como el cortejo de los candidatos al electorado, como la parte bonita de la relación, ¿qué nos espera después de las elecciones?
¿No será que vivimos en una democracia rancia? ¿No será que la democracia se construye cada día y no cada tres o seis años?