Estados Unidos prohíbe la exportación de petróleo desde 1975, a raíz de las crisis energéticas de los setenta. Pero a pesar de esto, el año pasado el país rompió sus propios récords de exportación energética, los cuales eran vigentes desde 1957.
Esta aparente contradicción se debe a excepciones técnicas en la ley, que por ejemplo permiten la exportación de gas natural licuado (GNL), gas licuado del petróleo (GLP), y un tipo de crudo ultraligero conocido como condensado.
El crudo también puede ser exportado, en operaciones conocidas como swaps, mientras sea intercambiado por otro tipo de crudo. El mayor ejemplo de esto es el caso de Canadá, que envía petróleo pesado de sus arenas bituminosas a Estados Unidos para ser refinado.
México ya busca unirse a Canadá en los swaps, solicitando al Departamento de Comercio de Estados Unidos permitirle a Pemex importar 100 mil barriles diarios de crudo ligero a cambio de las mayores cantidades de crudo pesado que el país exporta hacia el norte de la frontera.
Productores presionados
Estos esquemas de exportación, junto con nuevas realidades económicas, apoyan la postura de expertos y empresas del sector energético, que han pedido al gobierno estadounidense eliminar esta prohibición debido a que es ineficiente.
La caída en los precios petroleros ha presionado a los productores energéticos estadounidenses, que domésticamente tienen que vender sus productos más baratos debido a que las refinerías estadounidenses no están hechas para ellos.
Mientras que la mayor parte del aumento en la producción es de crudo ligero, la gran mayoría de las refinerías están diseñadas para procesar crudo pesado proveniente de Latinoamérica y el Golfo Pérsico.
Otra fuente de presión son los países aliados de Estados Unidos. La revista The Economist reporta que la República Checa está cabildeando a favor de eliminar la prohibición estadounidense, argumentando que esto reduciría la influencia que Rusia posee en el este europeo debido a sus exportaciones energéticas.