El matrimonio aporta factores como estabilidad, mayores ingresos (si ambas personas trabajan), y apoyo emocional para quien está casado. Pero, ¿puede esto usarse para combatir la pobreza? Dos de los principales diarios estadounidenses, The New York Times y el Washington Post examinaron recientemente este tema desde perspectivas opuestas.
La columnista Kathleen Parker, escribiendo en el Post, argumenta a favor del matrimonio como herramienta de desarrollo social en la lucha contra la pobreza. En respuesta, Jared Bernstein, economista del think tank Centro de Prioridades en Política y Presupuesto, indica que el matrimonio sí ofrece diversas ventajas, pero que su utilidad en el combate de la pobreza es limitada.
Parker: El matrimonio próspero
En su columna en el Post, Parker argumenta que el matrimonio trae beneficios, tanto individuales como familiares, que contribuyen a la caída de la pobreza. Un matrimonio, indica, aporta estabilidad a un hogar, lo cual reduce la vulnerabilidad de los hijos a cosas como embarazos adolescentes y dejar los estudios, además de mejorar su bienestar psicológico.
Pero Parker además dice que el matrimonio también es mejor para los adultos, ya que el no estar casado es un factor de riesgo para la pobreza, y el sí estarlo aporta ventajas concretas y abstractas. El matrimonio, dice, permite a las personas repartir las responsabilidades domésticas y la carga financiera, pero también ofrece un apoyo mental y emocional que impulsa a las personas en los momentos buenos y malos.
Parker subraya que el matrimonio no puede combatir todos los males de la pobreza, pero que sí representa una posible herramienta que debe aprovecharse al diseñar políticas para esta problemática.
Bernstein: El matrimonio limitado
En respuesta, Bernstein cuestiona la capacidad del matrimonio para combatir la pobreza, citando evidencia económica que muestra las dificultades de utilizar así esta institución.
Bernstein apunta que cambiar tendencias demográficas negativas acerca del matrimonio que llevan décadas en existencia no es realista, y que las pasadas intervenciones políticas en ese sentido no han sido efectivas pero sí bastante costosas.
Además, señala que las políticas que incentivan al matrimonio tienden a dificultar el profundizar en políticas de apoyo para los padres solteros.
Para Bernstein, las políticas públicas deben aceptar la realidad del matrimonio como una institución con cada vez menor fuerza, y enfocarse en apoyar a las familias con hijos, sea que incluyan dos padres o sólo uno.
Esto implicaría ofrecer mejores oportunidades laborales, mejores salarios, y mejores apoyos como cuidado infantil.