El futbol y la política tienen amplias relaciones de complicidad, críticos de este deporte suelen afirmar que es utilizado por los poderosos para mantener enajenada a la población, lo cierto, es que el balón ha sido aprovechado por gobernantes para fines que nada tienen que ver con el espíritu deportivo.
Desde provocar guerras hasta amenazar a una selección completa, los políticos han encontrado en el futbol, especialmente en la Copa del Mundo, una ventana para decirle a las demás naciones quiénes son poderos.
En Italia 1934, Benito Mussolini se encontraba en el esplendor de su gobierno fascista. La historia dice que el ‘Duce’ no era asiduo aficionado al futbol, pero encontró que podría difundir su ideología si albergaba la Copa del Mundo, por lo que obligó a Suecia a retirar su candidatura y durante el torneo se presentaron distintas decisiones arbitrales dudosas que siempre favorecieron a la selección italiana.
Italia se levantó con el trofeo y para Francia 1938 el ‘Duce’ seguía con su obsesión futbolística, mientras su socio Adolf Hitler se ocupaba de los Juegos Olímpicos. Para el tercer Mundial, Mussolini no pudo intervenir directamente con la organización, pero cuando su equipo llegó a la Final les envió un mensaje que dejó muy claro lo que tenían que hacer: “Victoria o muerte”.
Las atrocidades de Hitler y Mussolini privaron al Mundo del máximo torneo de la FIFA durante 12 años, pero eso no impidió que al término de la Gran Guerra las redes entre la organización del futbol y los políticos continuara de la mano.
El dictador brasileño Getulio Vargas fue quien consiguió para su país la sede de 1950, que originalmente disputaría para la edición de 1942 con la Alemania de Hitler.
Para el Mundial de Argentina 1978, mientras miles de opositores al régimen era torturados y desaparecidos, el dictador Jorge Rafael Videla gritaba emocionado cada uno de los goles que consiguió la Albiceleste hasta conseguir el título del mundo.
Este torneo quedó marcado por la sospechosa victoria de Argentina sobre Perú 6-0, cuando los locales necesitaban ganar por más de tres goles, si bien nunca se comprobó algún soborno, la extraña visita de Videla a los andinos en su vestidor podría haber sido clave para ese resultado.
En la historia moderna la demostración de poderío ha sido a través de la organización del Mundial. Estados Unidos en 1994 organizó la copa cuando no tenía siquiera una liga profesional de futbol, para 1998 Francia consiguió la sede y su primer campeonato mundial.
Para 2002 la FIFA, con muchos negocios en Asia, dejó la sede en Corea y Japón, dos países sin resultados trascendentes pero que ofrecieron una organización espectacular, esto representó la apertura del Mundial más allá de Europa y América.
Para 2006 la mujer más poderosa del mundo, Angela Merkel, encabezó la organización del Mundial de Alemania. Sudáfrica 2010 representó la llegada de este torneo a África, más en pago a las confederaciones de ese continente por su apoyo a Joseph Blatter que por nexos con políticos de esa nación.
Ahora, Rusia 2018 se presenta como la gran oportunidad de Vladimir Putin de dejar en claro que él es el hombre más poderoso del mundo y que el pasado comunista de su país ha cambiado por un presente moderno, capitalista, aunque muy alejado de los derechos humanos.
Y dentro de cuatro años le toca el turno de lucir sus ‘armas’ económicas y de poder a Medio Oriente a través de Qatar, un país multimillonario, con ideología musulmana y lo que eso representa, pero que de esa zona del mundo es de los que menos tradición futbolística tiene y nunca ha calificado a una Copa Mundial.