La vida de Manny Pacquiao ha decidido darle el uppercut que no hubiera esperado jamás. En el que podría ser el período más difícil de su exitosa carrera, el boxeador filipino empieza a dar la nota preocupante.
Sufrir la derrota del sábado pasado con Timothy Bradley en decisión de los jueces en Las Vegas, le dio al mejor libra por libra del mundo un descalabro más de los que desde tiempo atrás ha empezado a asumir.
Desde la pelea con Juan Manuel Márquez en noviembre de 2011, al “PacMan” ya no se le ve igual. Ganar una contienda que para muchos fue el robo del siglo en la “ciudad del pecado”, fue un trago amargo para el asiático. Pero la cosa no paró ahí pues le ha llovido sobre mojado.
Los nocauts escalofriantes, la euforia de su sola presencia o superar a los rivales con su nombre, empiezan a cambiar de cara en la carrera de Pacquiao. Si a eso se le suman problemas personales, líos tributarios y hasta de carácter religioso, se comprendería el por qué ya no le va tan bien al púgil idolatrado.
Manny es un deportista consumado, pero en medio de la gloria fue víctima de su propio éxito. Enfrentó hace meses una racha matrimonial con Jinkee, su esposa, que tuvo que rescatar por medio del catolicismo. Y que tampoco le fue tan bien en ese transe religioso, pues hasta hablar en contra del matrimonio gay le generó represalias.
Otra batalla en marzo pasado para Manny fue contra el Servicio Tributario de Filipinas pues cerca de ir a la cárcel. Hacienda decía que no había declarado en forma sus honorarios, pero sus abogados siguen aminorando el conflicto fiscal.
Ahora, tener que asumir una derrota más, ésta de carácter deportivo frente a Bradley, es un valde de agua helada. Solo le queda la esperanza de levantar la cabeza pronto y seguir dándole golpes duros a la racha que no lo suelta.