Hechos para sufrir

La euforia tras la agónica clasificación de la Selección Nacional a octavos de final no hubiera sido la misma si los aficionados nacionales no hubieran vivido la angustia durante varios minutos
Carlos Salazar Carlos Salazar Publicado el
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La afición mexicana está hecha para sufrir. La euforia tras la agónica clasificación de la Selección Nacional a octavos de final no hubiera sido la misma si los aficionados nacionales no hubieran vivido la angustia durante varios minutos. 

Esa rápida transición del abatimiento a la celebración es lo que le da otra dimensión al festejo.

En el Zócalo de la Ciudad de México, miles de aficionados se dieron cita esta mañana para seguir el partido de México contra Suecia a través de las pantallas gigantes, y probablemente nadie sufrió esos 90 minutos tanto como ellos, salvo quienes presenciaron el encuentro en la Arena Ekatimburgo en Rusia.

Desde 30 minutos antes del arranque del partido, cientos de aficionados ya se habían congregado en la Plaza de la Constitución y aún varios minutos después del silbido inicial hombres y mujeres por igual, muchos niños, familias enteras seguían llegando.

Algunos se acercaban a los locales aledaños a la plancha del Zócalo para comprar un café, una torta de tamal o unos tacos de canasta, preparando el estómago para lo que venía, un drama a los que los mexicanos se han acostumbrado cada 4 años.

Inició el partido y muchos continuaban buscando el mejor lugar, el ambiente general era de optimismo tras los resultados positivos en las dos primeras jornadas. Ante la falta de emociones en el terreno de juego, algunos platicaban de los ajustes que debería hacer el técnico. Nadie preguntaba aún por el resultado del partido Alemania-Corea.

Una amonestación al mexicano Gallardo, algunas llegadas aisladas, una atajada de Ochoa fueron lo único que emocionó parcialmente a los aficionados mexicanos, y sí, también a algunos suecos que se camuflaron entre los miles de nacionales.

La segunda mitad del encuentro sería otro partido totalmente, y los miles que seguían el juego a través de las pantallas vivieron un carrusel de emociones que nadie habría pronosticado previo al partido. Nadie estaba preparado.

Aún cuando cayó el primer gol de Suecia, la esperanza no desfalleció. Con lo que habían visto en el terreno de juego la gente aún confiaba en que la Selección podría empatar.

Sin embargo, tras el polémico penal las emociones comenzaron a cambiar vertiginosamente. Primero la indignación en contra del árbitro, el reclamo airado para que revisara el famoso VAR (como si el juez argentino pudiera escucharlos) y finalmente la decepción al saber que Ochoa no era invencible. 2-0.

A partir de ese momento, los miles enfundados en playeras de la selección le preguntaban a la persona que estaba por un lado si sabían el resultado del otro partido. Silencio.

El 3-0 fue un balde de agua fría. Nadie entendía lo que sucedía, nadie se explicaba como se había llegado a este punto. Todos volteaban a ver a todos lados buscando una respuesta. Si Alemania metía un solo gol estábamos fuera. Los primeros aficionados comenzaron a abandonar el Zócalo, cabizbajos.

“Hay que rezar” le decía un padre de familia a sus dos hijos.

Los narradores del partido informaban de un gol de Corea, cuando quedaban 10 minutos para que finalizaran los encuentros, la afición celebró como si México hubiera anotado el gol del triunfo, pero no hubo tal gol, fue una confusión. El otro partido seguía 0-0. Del Zócalo ya nadie se movía.

Ya muy cerca del final cayó el primer gol coreano, pero esta vez el festejo no llegó inmediatamente, hasta que se confirmó al 100 por ciento y la explosión de júbilo fue inevitable. Solo quedaba esperar a que se acabara el tiempo de compensación y que Alemania hiciera dos goles.

El partido de México terminó, pero ya a nadie parecía importarle. En las pantallas, los aficionados pudieron ver los últimos minutos del Corea-Alemania y el segundo gol de los asiáticos, celebrado aún con mayor fuerza que el primero.

Demasiadas emociones en 90 minutos. La gente comenzó a retirarse poco a poco para continuar con su día. A lo lejos un grupo empezó a cantar ‘Coreano, hermano, ya eres mexicano’. La afición no está acostumbrada los partidos plácidos, si no se sufre, no sabe.

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