La Unión de Ciclismo Internacional (UCI) ya no solo tendrá que estar al pendiente de los exámenes antidoping para detectar quiénes tratan de hacer trampa, también tendrán que revisar detenidamente las bicicletas de cada competidor.
El mundo del ciclismo se sacudió nuevamente luego de que se descubriera un “dopaje tecnológico” en el Mundial de Ciclocross en Bélgica.
La bicicleta de Femke Van den Driessche, quien era una de las favoritas al título mundial en la categoría Sub23, contaba con un motor que le ayudaba a afrontar el recorrido de este evento.
“La bicicleta no era mía, sino de un amigo que entrenó conmigo”, dijo la belga horas después de que Brian Cookson, presidente de la UCI, confirmara el hallazgo del motor.
“Este dopaje tecnológico existió y existe. Lo que no sé es ¿quién lo desarrolló, cuándo y durante cuánto tiempo deberemos hacerle frente”, dijo Marc Madiot director del equipo Française des Jeux y presidente de la Liga Nacional de Ciclismo (LNC).
Esta noticia sobre el uso de aparatos tecnológicos en el ciclismo no es nueva.
En los Juegos Olímpicos de Londres 2012, este “dopaje tecnológico” ya se había mencionado, luego de que el equipo británico se impuso de manera clara y se llevó siete medallas de oro y varios récords del mundo, entre ellos los de velocidad en la rama varonil por equipos y persecución femenina y masculina, también por equipos.
El suizo Fabian Cancellara estuvo en el ojo del huracán, aunque nunca se le comprobó nada. Otro caso fue el de Ryder Hesjedal, quien protagonizó una caída en la Vuelta a España de 2014.
Pese a la caída del canadiense, la bicicleta siguió moviéndose en el suelo, acción que puede verse en un video que aún sigue en la Red, el cual despertó las dudas de los aficionados.
Por lo pronto, la UCI se ha puesto en alerta nuevamente ahora ante esta reaparición del “dopaje tecnológico”.